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viernes, 11 de septiembre de 2020

Guerra del Pacífico: El ejército de Bolivia

El ejército boliviano

Andean Tragedy




Perú no fue la única nación cuyo ejército contenía demasiados oficiales al mando de muy pocos hombres. Bolivia creó su primera academia militar en 1823. Al igual que su contraparte peruana, la escuela funcionaba solo de manera intermitente. De hecho, en 1847 el instituto militar por tercera vez cerró sus puertas. Hasta 1872 no se reabrieron cuando el presidente Tomás Frías confió el Colegio Militar y sus cadetes al cuidado de un general francés y un veterano de la guerra franco-prusiana. (La derrota sufrida por los franceses en la guerra franco-prusiana debería haber dado una pausa a los bolivianos.) Lamentablemente, esta escuela no cumplió con las expectativas de sus fundadores, e incluso si lo hubiera hecho, nunca entrenó a suficientes oficiales para cambiar drásticamente el tono, o nivel de habilidades, del cuerpo de oficiales de Bolivia. Justo antes de que terminara la Guerra del Pacífico, el gobierno boliviano pidió la creación de otra academia y una escuela para capacitar a los suboficiales. En resumen, los oficiales de Bolivia carecían de la educación o el entrenamiento para pelear una guerra convencional.




Los militares, además, carecían de las instituciones de un ejército moderno: cuando existía, el personal general, en lugar de consistir en la élite intelectual del ejército, se había convertido en un vertedero para oficiales considerados demasiado poco confiables para comandar tropas en el campo; incluso había perdido la mayoría de sus copias de su propio Código Militar. Aunque el general Daza aparentemente revivió y reorganizó el personal general en los primeros meses de la Guerra del Pacífico, en realidad no funcionó hasta 1880.

El ejército boliviano de 1877 incluía no solo un número menor de hombres sino también menos unidades: tres batallones de infantería, los Daza Granaderos 1 de la Guardia, los Sucre Granaderos de la Guardia y los Illimani Cazadores de la Guardia; un destacamento de caballería, el Bolívar 1 de Húsares; y un escuadrón móvil de cuatro ametralladoras Gatling. El Regimiento Santa Cruz de Artillería también contenía cuatro cañones, comprados en 1872, así como de diez a quince armas más antiguas. En 1880, Bolivia organizó el Bolívar 2 de Artillería, que consistía en dieciséis cañones de artillería y de montaña.

Las armas pequeñas que portaban estas tropas, que iban desde Martini-Henrys hasta flintlocks, resultaron tan variadas como sus uniformes. Peor aún, ninguna unidad llevó las mismas armas a la batalla. El ministro de guerra de La Paz atribuyó este problema a los innumerables cuartelazos que habían consumido tantas armas que no había uniformidad de armas pequeñas dentro de cada una de las unidades del ejército. Esta falta de estandarización no solo condujo a problemas de suministro, sino que, según la Memoria de 1877, "causó muchos problemas graves en la capacitación práctica, así como en su uso". De las tres armas de combate, solo la infantería parecía marginalmente aceptable. Ciertamente, la artillería parecía arruinada: poseía dos ametralladoras pesadas y dos ametralladoras ligeras, y tres piezas de artillería de tres pulgadas. Pero la unidad carecía de los caballos para transportarlos al campo y las habilidades técnicas necesarias para dispararlos con precisión. Gracias a la falta de monturas decentes, producto de los constantes disturbios civiles, un ministro llamó a la caballería la rama menos eficiente.

Para ser justos, Bolivia trató de remediar estos problemas. Desafortunadamente, su intento de mejorar las condiciones de vida de las tropas, aumentar los salarios de los oficiales subalternos, comprar animales de tiro y adquirir armas pequeñas más cuatro cañones Krupp fracasaron debido a la falta de fondos.45 En 1878, con la guerra en ciernes, Bolivia tuvo solicitó y recibió permiso de Perú para importar, libre de impuestos, mil quinientos rifles Remington más algunos otros artículos militares. Y a mediados de 1879 recibió otros dos mil Remingtons para agregar a los aproximadamente tres mil rifles de la misma marca. Para 1881, gracias a los envíos desde Panamá, Bolivia adquirió seis artillería Krupp moderna y suficientes rifles como para prestarle algo a Perú, aunque todavía seguía hablando de la falta de municiones. Sin embargo, La Paz aún no había estandarizado el contenido de sus arsenales.

Para 1881, La Paz había mejorado la suerte de sus tropas al proporcionar comida y ropa, así como una educación general. También creó varias unidades de la milicia, como la Guardia Republicana, y esperaba entrenar a otros diez mil milicianos.

La resistencia inquebrantable del soldado boliviano, su estoicismo y su capacidad para soportar la privación no lo convirtieron en un soldado habilidoso. Como lo observó Campero, entrenar a un indio analfabeto, "que no sabe cómo sostener un rifle, [y quién] tiene muy poca idea de la patria o de sus extremos elevados", resultó extremadamente difícil. Antes de que el ejército pudiera convertir a estos hombres en soldados, les había enseñado a ser ciudadanos, "a impartir nociones de civilización" o cultura para que el soldado "conozca y practique sus deberes en la patria.

viernes, 13 de abril de 2018

Guerra del Chaco: La sorpresa del mortero

El mortero Stokes Brandt de 81 mm: Sorpresa táctica en el Chaco 
por Rafael Mariotti 

El mortero de 81 mm Stokes Brandt Modelle 1927/31 fue un diseño clásico que fue copiado o fabricado bajo licencia por casi todos los ejércitos europeos, y aun hoy en día sigue siendo el modelo clásico de mortero. 
Al producirse el armisticio de Noviembre 1918, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, Francia intentó contener a Alemania y a la URSS desarrollando una serie de alianzas con los países sucesores del ex-Imperio Austro-Húngaro (Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia). De sus enormes depósitos de material, de guerra, Francia cedió varios centenares de piezas de artillería de calibre 75 hasta el 220 mm a Polonia, 120 tanques Renault FT 17, centenares de aviones de combate y envió una misión militar a reorganizar el ejército polaco. Mientras las fuerza principales del ejército rojo se debatían en ardua guerra civil contra los Rusos Blancos, en 1919 el general polaco Josef Piłsudski creó llegada su hora y lanzó sus tropas sobre la Ucrania Occidental, territorio una vez anexado al Imperio Polaco, y siempre codiciado por Polonia (Ver Causas...). Previamente, nacionalistas ucranianos intentaron establecer una república independiente, intento frustrado que sucumbió bajo las botas del ejército rojo: los bolcheviques. Pero a fines de 1919 el péndulo de la guerra comenzaba a rotar en dirección contraria: los bolcheviques consolidaron sus fuerzas e infringieron una serie de derrotas a los Rusos Blancos. 




Morteristas paraguayos disparando en el sector de Ballivián (1934) 

A comienzos de 1920, el Ejército Rojo bajo el general Mikhail Tukhachevski lanzó un contraataque en fuerza, derrotando a las fuerzas polacas, y penetrando en la Ucrania Occidental. El avance soviético continúo, irresistiblemente, adentrándose profundamente en territorio polaco. En Agosto de 1920, las fuerzas soviéticas se hallaban en la rivera oriental del Río Vístula, al otro lado de Varsovia, y aproximándose a la fortaleza de Modlin. Todo parecía perdido, hasta que el 16 de Agosto tropas polacas bajo el mando del general Józef Piłsudski contraatacaron en dirección sur, forzando a los rojos a retirarse, desorganizados, hacia el Este, al otro lado del Río Niemen. Este fue el "Milagro sobre el Vistula" (Ver Las acciones militares...). 

Los Bolcheviques perdieron algo mas de 10.000 muertos, 500 desaparecidos,y 66.000 prisioneros. Las pérdidas polacas incluyeron 10.000 desaparecidos, 4.500 muertos y 22.000 heridos. Esta inesperada reacción polaca no solo puso fin a la guerra con la URSS, sino que solidificó sus fronteras en el Este, y seamos justos, salvó al resto de Europa de una invasión comunista. 

Nuevas armas en el Frente Ruso Polaco 
Dada las fluidas condiciones del frente ruso-polaco, en los ataques y contraataques que tomaron lugar en el Vistula, los polacos emplearon una cantidad de tanques Renault FT 17 y carros armados improvisados en base a chasis de automóviles Ford T, armados con un ametralladoras Maxim, pero la sorpresa táctica la constituyeron los morteros de 58 mm mod. 2 franceses, que juntos a los "mortier de 75mm T Schneider Mle 1915 " y el mortier de 81mm Stokes Mle1918 tomaron a los soviéticos por sorpresa. Hábilmente dirigidos, causaron muchas bajas en momentos decisivos de la batalla. 

El mortero Stokes Brandt en la Guerra del Chaco
 
En 1929, el Paraguay adquirió 24 morteros Stokes Brandt mod. 1927, según documentos de los archivos de Washington a sugerencia de la Misión Militar Francesa. De esta manera el ejército paraguayo fue el primero en América del Sur en adoptar este arma de infantería. Su efectividad sería puesta de manifiesto al estallar la guerra del Chaco. 


Boquerón: Primera Ofensiva paraguaya 
En Marzo de 1931, Belaieff, general ruso blanco al servicio del ejército paraguayo y un pequeño destacamento descubrieron un lago de 5 km de largo por dos de ancho en medio de una zona desértica. Este lago era fuente de un elemento sumamente escaso y vital en el Chaco: el agua potable. En Julio de 1931, ejército paraguayo estableció el Fortín Carlos Solano López. en la margen occidental del lago. El 3 de Mayo de 1932, el Estado Mayor boliviano ordenó a la 4ta División del ejército que confiara el área de ocupar del Lago Pitiantuta. El 15 de Mayo, mientras preparaban el desayuno, los integrantes de la diminuta guarnición paraguaya (seis hombres) advirtieron la presencia de numerosas tropas bolivianas y se dieron a la fuga. El ejército paraguayo replicó enviando al batallón Palacios del Regimiento No.2 de infantería "Itororo", equipado con un mortero de 81 mm a recapturar Pitiantuta. El 15 de Julio, el capitán Palacios y los 385 hombres el batallón Palacios atacaron a las tropas andinas. El 16 entró en acción el mortero de 81 mm, y las tropas bolivianas, sin mayor experiencia en su mayoría, confundieron a los morteros por artillería de largo alcance, dado la trayectoria de los proyectiles. Desmoralizados, los bolivianos se dispersaron. El jefe boliviano, Moscoso optó por abandonar el fortín. 

El mortero Stokes-Brandt de 81 mm 
El concepto de mortero: aquel de una pieza de artilleria de corto y grueso cañón, capaz de disparar indirectamente al objetivo, haciendo blanco por elevación, es tan antiguo como la artilleria misma. Ya se utilizaron morteros durante la guerra de la Triple Alianza, tanto de parte de los aliados como de los paraguayos. 
Figura izquierda: Mortero Brandt modelo 1927/31. Sus partes son: (a)- Boca de fuego(81 mm), (b)- Miras, (c)- Perilla para puntería derecha-izquierda, (d)- Manivela para elevación, (e)-Tubo, (f)- patas en bípode, (g)- Placa base, (h)- Tapaboca 



Calibre: 81,4 mm 
Elevación: 45° a 90° 
Peso: 60 kg 
Munición: 3,3 kg granada explosiva 
Alcance: 3000 m con granada explosiva 
Alcance efectivo: 2000 m con granada explosiva 
Velocidad de fuego (práctica): 15-18 disparos/minuto 
Dotación: Comandante + 4 artilleros 

El mortero, tal como conocemos hoy al arma liviana de apoyo a la infantería, llamado también lanzaminas ligero, fue una invención del británico Sir Wilfred Stokes quien construyó el primer prototipo en 1915. Fué aceptado para su utilización en la guerra de trincheras durante el conflicto mundial de 1914-1918, donde se comprobó su eficacia frente a otros modelos del mismo tipo de arma. Francia, aliada de Gran Bretaña, compró 3000 unidades durante la guerra. Los galos, no quedaron satisfechos con el tipo de munición que disparaba la pieza, y hacia finales de la década del 20, el ingeniero Edgar Brandt le incorporó importantes modificaciones que culminaron en el “Mortier Brandt de 81 mm Modele 27/31” con el cual ganaron el mercado para este tipo de armas, porque fue comprado, construido bajo licencia y copiado casi por cada ejército de Europa y algunos otros países (entre ellos Paraguay). 


Granada de mortero 

La granada de mortero pesaba 3,3 kilos y al estallar esparcía unas 200 esquirlas que destruían un nido de ametralladoras y a sus sirvientes. Las aletas le permitían caer de punta sobre el objetivo para estallar con el choque de la espoleta de impacto. El cartucho de cola y los otros adicionales le permitían aumentar la velocidad de salida para incrementar su alcance. 

Los lanzaminas livianos (morteros) ya figuraban en el plan de rearme diseñado por el Gral. Manlio Schenoni en 1925. Cuando visitó la fábrica francesa Brandt le informaron que estaba por salir el modelo 1927/31; justo en ese momento fué requerido de urgencia en Asunción para atender la delicada situación con Bolivia. En la fábrica le dijeron que viajase tranquilo, que enviarían una muestra del arma a Paraguay para hacer las pruebas de satisfacción. Así fué que en junio de 1929 (4 meses después que Schenoni dejara Europa) arribaba a Asunción un oficial retirado del ejército francés con un modelo del mortero y varios proyectiles. Las pruebas fueron hechas en Campo Grande donde un pequeño rancho deshabitado fué incendiado de un certero disparo a una distancia de 1000 metros. A pesar de esto, muchos militares eran escépticos respecto a la utilidad del mortero. La misma misión militar francesa en Paraguay no se ponía de acuerdo, aunque no rechazaban de plano el arma, tampoco eran partidarios de su adopción: sólo uno de los 5 militares franceses era ferviente partidario del mortero: el comandante Langlois de la artillería, que había servido en la Primera Guerra Mundial y había comprobado la eficacia del arma. Este militar permaneció en Paraguay después que los demás oficiales franceses se retiraron por término de misión, para seguir entrenando a los artilleros paraguayos. 
La adquisición de los morteros se debió a una genial corazonada del Presidente Dr. José P. Guggiari, quién tomó la decisión de comprar dichas armas a pesar de la disparidad de opiniones de los “profesionales”. 

Y bien se sabe cuán importantes y útiles resultaron estas armas. El proyectil explosivo de mortero cae en forma casi vertical sobre el objetivo, y al estallar esparce las esquirlas en un amplio radio, siendo el arma ideal para batir nidos de ametralladoras. 
La huida de las tropas del mayor Oscar Moscoso en la Laguna Pitiantuta en Junio de 1932 se debió a la acción de estas armas. Los bolivianos, al no oír el estampido del disparo del mortero, y “sentir” la caída de las granadas, pensaron que los paraguayos estaban utilizando artillería de largo alcance, y por lo tanto el ejército entero debía estar cerca. Esto les decidió a abandonar precipitadamente el fortín Mariscal Santa Cruz en la margen occidental de la laguna. 
En Boquerón, el 70 % de las bajas bolivianas en el interior del fortín se debieron a granadas de morteros. 
Los paraguayos empezaron la guerra con 24 morteros (que costaron 67.000 U$ -incluidos 2.400 proyectiles- precio muy inferior a los 659.700 dólares que salieron las 32 piezas de artillería Schneider), y en el curso de la guerra compraron 12 armas más. Incluso se construyeron algunos en los Arsenales (12). Los bolivianos, quienes sintieron directamente los efectos del Stokes-brandt los adquirieron también, utilizándolos por primera vez la 8° división boliviana en el ataque al fortín Fernández el 18 de mayo de 1933. A finales de la guerra habían comprado 180 morteros de varios calibres (de los cuales 96 cayeron en poder de los paraguayos). 


Mortero siendo empleado bolivianos durante la campana del Chaco Boreal. 

La carga impulsora del mortero de 81 mm produce un ligero estallido, algo así como el de una escopeta, por lo que pasaba desapercibido entre los disparos de fusilería. Arma sumamente móvil, con la que una dotación medianamente adiestrada puede hacer varios disparos antes de cambiar de posición. En zonas selváticas probó ser mas efectivo un mortero que la artillería convencional o los cañones sin retroceso. 

miércoles, 10 de agosto de 2016

Guerra del Chaco: Un duelo de artillería

Un duelo de artillería en la Guerra del Chaco
Viscacharal, Sector Pilcomayo, 15 de enero de 1935
 


Por Rafael Mariotti

Publicaré este artículo como se lo había prometido al amigo Mangosta, chileno, y en atención al forista Procer1811, nieto de uno de los participantes de este duelo artillero, pues su abuelo, el entonces mayor Fulgencio Yegros (luego general) era comandante del grupo de artillería 2 paraguayo, que estaba desplegado en la zona norte del Pilcomayo, frente al Grupo de Artillería de la Cuarta división boliviana, comandado a la sazón por el coronel de artillería chileno Aquiles Vergara Vicuña. Este, recibido en el Colegio de Guerra en España y ex-miembro del gabinete chileno, era el más famoso de un grupo de jefes y oficiales (105 en total) contratados en junio de 1934 por Bolivia, con gran consternación del gobierno paraguayo. Vergara Vicuña se integró al Primer cuerpo de ejercito boliviano en octubre de 1934. El relato es del libro DEL CALDERO DEL CHACO (1936) de Vergara Vicuña. 
"El 15 de enero de 1935 la artillería boliviana del sector, a la sazón comandada por el coronel chileno Aquiles Vergara Vicuña, de reciente nombramiento, se hallaba ocupando un lugar llamado “Viscacharal”- en la explanada del río Pilcomayo donde moría la pendiente del extremo norte de la Serranía de Caiza- en cuyas inmediaciones tenía establecido su emplazamiento, la batería del sub teniente Bernardo Soria Galvarro, equidistante uno 5 kilómetros de otras que le flanqueaban; hacia el norte la del teniente Pastor Quiroga, situado en un punto llamado “Resistencia” y en dirección sur cerca del sitio llamado “Convento”, la del teniente Manuel Vaca Roca. 
Frente a esta unidad, se encontraba el Grupo 2 de Artillería paraguayo “General Roa”, comandado por el mayor Fulgencio Yegros, que tenía como misión mantener una vasta cobertura a lo largo del Pilcomayo, desde Cururendá hacia el sur, tocándole ocupar el Talud de Piquyrendá situado entre Ybybobo y Palo Marcado, y enfrente de Viscacharal, a la 3ª batería a cargo del teniente Juan A. Monges. 
El relato de Vergara Vicuña continúa así: 
“Fui recibido en Viscacharal con la atención cordial que ya conocía. Soria Galvarro hacía su rancho en ese momento y tuvo oportunidad de invitarme a comer un buen plato de verdolaga silvestre sazonada en aceite que, según me informó, había descubierto para defenderse de la avitaminosis. Excusado estará decir que me sentó de maravillas, pues hacía varias semanas que no probaba una brizna de verdura.” 
“Mi asistente José Quispe preparó entretanto mi instalación cerca de la del teniente y luego de enunciar a la ligera el objeto de mi visita, nos decidimos a reposar para que el sol del nuevo día nos hallara ágiles de cuerpo y de espíritu. 
Ningún presentimiento embargaba mi espíritu, cuando caí en la inconsciencia del sueño. Para mi compañero de “pahuiche”, esa noche sí que fue la postrera, pues al día siguiente, bajo un cielo añil y sobre una tierra lujuriosa caería, después de trágico molinete con el pecho destrozado por una granada paraguaya. Pero tampoco al parecer, Soria Galvarro fue advertido nada, pues al rayar el alba se levantó contento y dinámico, sorbiendo a bocanadas el aire más puro de esa hora, único que, en el Chaco, se puede respirar con alguna fruición.” (continúa) 

Inserto retrato de Aquiles Vergara Vicuña y del sector donde se efectuó el combate narrado. 

 

“Nos desayunamos ligeramente para desplegar luego el Plano Director, con el transportador y la regla graduada en manos. Trazamos las rectas de los tres rumbos, desde los asentamientos respectivos y su coincidencia fue perfecta.”
“Cabalito, exclamó con entusiasmo el comandante de la batería.”
Ya teníamos los elementos necesarios para iniciar la acción; faltaba la coordinación de los fuegos con las restantes baterías, y el plan y régimen a que debíamos ceñirnos. Pregunté a Soria Galvarro cuál era su idea, contestándome que le agradaría hacer tiro progresivo y regresivo escalonado con un consumo de 160 granadas, más o menos. Esta proposición me pareció mesurada…”
Con la pauta señalada, elaboré mi plan: 160 granadas de la batería de 65 mm (Soria Galvarro); 60 la de 75 mm (montada); 20 de la 75 mm (montaña) material éste último que tenía en esos días una expectativa de municionamiento muy escasa. El fuego debería desenvolverse en 20 minutos, a razón de 8, 3 y 1 tiros por minuto, de cada batería, respectivamente. Acto seguido, me puse al habla con el capitán Cuellar, comandante del Grupo, quien había verificado sobre el plano de la batería Quiroga los mismos cálculos que nosotros.”
Nota: cada batería estaba compuesta de 4 cañones, con sus dotaciones respectivas.
“Respecto a mis directivas para la acción, acepté su insinuación de que no entrara en combate la batería Vaca Roca, por la razón antes señalada.”
“Serían las 8 de la mañana, cuando acompañado por el teniente Soria Galvarro y el suboficial Zaconetta, me dirigí al observatorio. Este cabalgaba en un árbol esquelético, de pobre ramaje, de forma achaparrada, situado en un montículo a 100 metros de la batería, a un costado.”
El día se presentaba caluroso y radiante de luz, invitaba a vivir y no a morir.
Subimos al observatorio, algo endeble para nuestro peso, por lo cual nos balanceábamos un poco, a unos cinco o seis metros del suelo en pendiente. Con todo, la visualidad era magnífica. Instalamos el anteojo de antenas, entregándonos por algunos minutos, de lleno, a la tarea de escrutar en dirección al punto en que debía encontrarse el enemigo. Luego faculté al jefe de la batería para dar sus comandos. Rápidamente llegó por el hilo la voz: Pieza lista!; Fuego! contestó el teniente.
Observamos la caída del proyectil, oculto en los primeros segundos dentro de la espesa maraña y quedamos esperando el disparo inicial de la batería Quiroga.
Pronto sentimos la detonación de salida y casi simultáneamente de llegada (a distancias medias, en ese material tipo rasante, el proyectil llega al objetivo conjuntamente con el sonido)
Observamos atentamente sobre el punto batido y pudimos comprobar que la nube de polvo y humo del calibre superior, quedaba inmediata a la anterior, ya en pleno desvaimiento.
Cabalito! - volvió a exclamar Soria Galvarro.
Puede pasar al fuego de eficacia, si lo cree oportuno – agregué de mi parte.
Repetimos los comandos por teléfono, ahora con distancias escalonadas.
Batería lista! – una ráfaga! y luego, moviendo las distancias, y concentrando o repartiendo sobre cualquiera de las piezas: una ráfaga! dos ráfagas! y vuelta a comenzar.
Espectáculo formidable; tronadera ensordecedora de estampidos cercanos y explosiones lejanas que venía a aumentar el fuego de efecto a que también había pasado la batería Quiroga. La caída de los proyectiles se iba sucediendo con exactitud, gracias a las correcciones que se ordenaban.
Pobres coleguitas “pilas”! – dijo más de una vez Soria Galvarro.
"Mi alma de artillero se solazaba en una extraña fruición; mis sentidos se regalaban en esos minutos con la novedad del espectáculo… y, lo principal, me hallaba como sorprendido de se actor en aquello y todavía sin tener en cuenta que el Destino me deparaba en esa trama el papel principal." (continúa)
Publico imágenes de los cañones de acompañamiento de infantería Vickers de 65 mm (de los cuales Bolivia había adquirido 30 en 1929, y llegaron en 1932). Estos componían la batería de Soria Galvarro en el relato. Publico imagen del cañon de campaña Vickers de 75 mm, que es llamado de artillería montada en el relato (batería Quiroga), y del cañon de montaña de 75 mm de la bateria Vaca Roca que no participó por falta de municiones.
“Aunque en esos cortos minutos de la acción de Viscacharal no estaba para éstas ni parecidas disgresiones, pensaba, no obstante, ya que el principal papel de un jefe es prever y más prever, en una posible reacción de la artillería paraguaya, a lo que había que añadir el para mi dogma de fe de la teoría de las compensaciones y la sabiduría del aforismo popular que dice: “Donde las dan las toman”.
Durante unos veinte minutos, los airosos cañoncitos, casi automáticos, continuaron vomitando activamente su granizo candente. Luego nos dimos cuenta que la batería Quiroga había cesado de disparar, seguramente por conclusión de la ración acordada. Nos miramos las caras, como consultándonos una decisión y entonces dije: -Basta por ahora-.
Soria Galvarro asintió sonriendo, satisfecho de la tarea realizada. Yo sentía en mi interior el orgullo primerizo de haber actuado, dirigiéndolo, en un fuerte batimiento artillero, cuyo efecto, sin embargo, quedaría para nosotros en una nebulosa.
Iniciamos el descenso para restituirnos al puesto de comando habitual, distante 150 metros adelante, en una especie de explanada, característica de los antiguos puestos ganaderos, lisa y despejada de árboles, cuyos puntos más visibles eran, acaso, el pahuiche utilizado como vivienda por el teniente y un cerco de ovejas de la inmediación más contigua. Era indudable que ese manchón ocre podía resaltar como rosetón de la guirnalda verde.
Mientras caminábamos en columna de a uno por el sendero, pensé que la artillería paraguaya estaría preparando ya su desquite y volví sobre el tema:
“Después del fuego que hemos hecho, habrá que adoptar mayores precauciones y enmascararse lo más posible; qué opina sobre el particular, mi teniente?
“Ciertamente, mi coronel – contestó al punto Soria Galvarro. Tengo el proyecto de hacer un trabajo que sea permanente y bien fortificado; algo así como un “nicho” en la ladera del cerro, que sirva de observatorio, de gabinete de trabajo y de cuarto de dormir; ya tengo planeada su construcción y comenzaremos los trabajos esta misma tarde. Pierda cuidado.”
“Instantes después nos separamos. El siguió a su “pahuiche”, yo me quedé algunos minutos deambulando para conocer el paraje circunvecino. Luego tomé igual dirección.”
Qué sucedía entretanto con la artillería paraguaya de enfrente? La 3ª batería se encontraba emplazada y bien oculta en el talud de Piquyrenda cuando se produjo la entrada en fuego de las baterías bolivianas ubicadas en Viscacharal y Resistencia.
Desde el amanecer de ese día, nuestros vigías de la batería habían podido observar con metódica paciencia un delgado hilo de humo que se levantaba de la superficie en un punto de la otra banda. Rato después se escuchó el disparo de un cañón, luego otro, seguido de otros más. Una vez tomado el rumbo de las detonaciones, el teniente Monges comenzó a explorar con su anteojo de antenas y pudo notar que el hilo de humo coincidía perfectamente con una de las direcciones de donde provenían los disparos que al parecer, estaban dirigidos, en ese primer momento, hacia objetivos distintos que la 3ª batería.
He aquí el relato del coronel Vergara Vicuña, de lo acontecido en el lado boliviano, y lo ocurrido al teniente Soria Galvarro:
“Me separaban del “pahuiche” unos cincuenta metros escasos, cuando fui despertado de mi ensimismamiento contemplativo por algo verdaderamente insólito, por mucho que estuviese previsto. Sentí una especie de desgarradura de una tela de buque y deslizarse con un agorero silbido la saeta de un proyectil. Pasó todavía a unos 5 o 6 metros sobre la proyección de mi vertical y presentí que ya estaba próximo a su punto de caída. Una detonación formidable, una convulsión de la atmósfera, un promontorio de humo y varias trayectorias divergentes y ruidosas de carcasas aclararon mis ideas quizá antes de haberse concretado. La granada había percutado en la ladera del observatorio recién abandonado.”






“Tomé visual hacia el “pahuiche” y ví que todos corrían a agazaparse detrás de uno árboles no muy respetables de grosor, como para protegerse de una avería; otros se echaban al suelo donde estaban. Comprendí que la cosa era grave y que había salido un segundo proyectil, acaso más astuto que el anterior.”
“Adiós mi plata, díjome una voz profunda. Mis oídos estaban aletargados para percatarse de los ruidos, por la indigesta ingestión de disparos con que los había regalado desde la víspera, soportando sin otra precaución que la de abrir la boca, donde el propio asentamiento, las ráfagas como descargas cerradas de la batería Quiroga, más el pronunciado aditamento de esta mañana.”
“El proyectil paraguayo fue a explotar violentamente, al parecer, sobre el propio emplazamiento de la batería. No había ya dudas; estábamos localizados y sometidos a los golpes potentes y mortales de un calibre superior – de 105 por todas las trazas-. No cabía tampoco la esperanza de un socorro oportuno, pues la batería que comenzaba a disparar no estaba “rumbeada” aún y pasaría por lo menos una hora, en el mejor de los casos, para que las otras baterías pudiesen acudir con su fuego en nuestro auxilio.”
“Confieso sin ambages que mi serenidad en esos segundos fue completa, como nunca lo hubiera esperado.
”Me incorporé al grupo de artilleros que recién se levantaba y comenzaba a dispersarse un poco. Algunos sonreían con naturalidad, otros forzosamente. Lo extraordinario era que sonrieran de algún modo, puesto que el asunto no podía ser mas desagradable. Pregunté rápidamente a Soria Galvarro por la batería.
“Ellos están más seguros que nosotros en sus “buracos” –fue su respuesta.
Pero, y el material?
“Puede que estemos de suerte, mi coronel. Además habrá que confiar en la dispersión y en que los “pilas” economicen su munición –dijo sonriéndose tristemente y con una emoción interna que contradecía el optimismo de sus palabras.”
“Lo miré con atención y advertí que estaba algo cambiado. Revelaba, como siempre, decisión, pero estaba serio, acusando que algo lo torturaba en lo íntimo. Yo también comencé a inquietarme, aunque, controlándome exteriormente. Transcurrieron unos pocos segundos más, y pum! Ahora lo sentí nítidamente. Mi oídos comenzaban a funcionar bien. Simultáneamente todos, las diez o doce personas que allí nos congregábamos, corrimos, nivelados por el peligro, detrás del árbol, cuyo tronco ofrecía la mejor protección posible y formamos una masa democrática y compacta de rostros ensombrecidos, que se agitaban a impulsos de una violenta conmoción aórtica que parecía brotar de una víscera común. Mis subordinados, sin embargo, se preocupaban notablemente por mí.”
“Mi coronel, aquí, aquí – me decían, abriéndome hueco protector. Yo rehusaba con gesto categórico, pero sintiéndome agradecido y conmovido.”
“Pasó la granada, musitando su trágica canción y fue a estallar al fondo. Soria Galvarro, apreciándola como tiro largo y perdido, me dijo:
”Con tal que no lo acorten, quedarán lucidos.”
“Estábamos todavía cerca del árbol, aunque ya de pié. En ese instante, curiosamente advierto que mi asistente Quispe, veterano de Nanawa (Nanawa era el nombre de un fortín, escenario de una de las más violetas batallas del Chaco en enero-julio de 1933), no ha cambiado de posición, sentado en el suelo, apoyada la espalda en el árbol, sus piernas extendidas, sin la menor protección, inmóvil e indiferente a todo.” 

“Cuidado, Quispe! que esto es peor que Nanawa – le digo.
El aludido se sonríe incrédulo, luciendo su magnífica dentadura de réclame de dentífrico y continúa impertérrito.
“Pum! Pum! otra vez. A no dudarlo, pasan al fuego de efecto. Nuestra zozobra es grande, pues no sabemos con qué graduación del alza los han lanzado; cualquier acortamiento nos puede ser fatal, pues nos hallamos bajo la bóveda irreal de su trayectoria.”
“Bam…! Bam…! Bam…! y podemos aliviarnos por un instante de caliginosa pesadumbre de lo incierto en conjunción con lo irremediable. Luego hay unos segundos de silencio, que se miden por minutos, y la fecunda y fantástica imaginación comienza a forjar hipotéticas ilusiones de que todo quedará en una calma silente. Una sensación algo artificial de tranquilidad quiere invadirnos por momentos. El paisaje ostenta un aire tan placentero que parece difícil que pueda transformarse en brusco escenario de desolación y muerte.”
Gradualmente voy ordenando mis sensaciones, tratando de cimentar una indiferente normalidad. Se me ocurre con altibajos contradictorios, que la demostración de la artillería paraguaya se ha limitado sólo a eso y que sus sirvientes se encontrarán limpiando las ánimas de los cañones, satisfecho ya el saludo a la bandera.”
“Soria Galvarro, a mi lado, en el borde superior de un pequeño solevantamiento, a dos o tres metros del “pahuiche” me conversa distraídamente, como haciendo un esfuerzo. Me llama la atención su fisonomía alterada por cierta tensión que valientemente lucha –está a la vista- con un tenaz presentimiento. Me imagino al contemplarlo que mi actitud externa debe ser análoga. Corrientes de pesimismo suben y bajan, atravesando cada vez mi espíritu.”
“Ahí donde nos encontramos no tenemos por el momento nada que hacer, carecemos de toda protección y todavía nos hallamos comprendidos en el ángulo visual del enemigo y, sin embargo, continuamos inmóviles, como hipnotizados por el fuerte narcótico de la voluntad y con la iniciativa en trance de sonambulismo que, en el fondo, es la preocupación externa del valor y del prurito irreprimible en ocasiones del amor propio.”
“Nos hemos comunicado con la batería y se nos informa que el personal sigue sin novedad y bien resguardado. En verdad, no deberíamos tener ya preocupación sino por nosotros mismos, pero nada hacemos en ese sentido. Solamente nuestras gargantas secas nos piden un refresco y el teniente ordena a su asistente que vaya a prepararlo. El bueno de Arana se aleja –venturosamente para él- a prepararlo.”
“Yo estoy vacilando en tenderme un rato sobre mi catre de campaña, al cual me separan unos cinco o seis pasos. De pronto alguien grita: ¡salió! Y vemos un tropel corriendo a sumirse en el hoyo del buraco, carente de techo todavía. Soria Galvarro y yo cambiamos un gesto de fatal escepticismo. No había ya tiempo de correr; habría sido una carrera loca impulsada por las hélices del pánico. Aguardamos sin movernos y con el dolor angustioso de quien está conscientemente al canto de una caída irremediable.”
“De súbito mis músculos motores vibran con extraña ansiedad y doy, sin darme cuenta de lo que hago, un salto poderoso pendiente abajo. He sentido la infernal musiquilla de la desgarradura con que avanza el proyectil y ya tan encima que el pensamiento sólo ha alcanzado a taquigrafiar: percusión sobre nuestras cabezas. Y se ha producido la explosión formidable y terrífica a tres o cuatro metros de nosotros.”
“Pierdo por un instante la noción del ser y del no ser. Lentamente, como en un sueño profundo, pienso que he muerto y que así debe ser la muerte, algo desvaído e invaluable para los sentidos."

“Percibo que mi alma está desarticulada de mi cuerpo, inconsútil y arremolinándose en el vacío. Ningún dolo físico me preocupa; nada puede tener importancia en medio de mi desbordamiento material y moral; me posee la sensación de tener hueco el cerebro y estar inanimado para siempre. Luego transcurrido un tiempo impreciso, pero que no debió ser largo, siento que mi respiración amenaza estrangularse, quizá por la acción tóxica de los gases del explosivo y que mi cabeza se hace cada vez más pesada; noto también que mis mandíbulas están trabadas y pienso, si, ahora pienso siguiera, que no podré hablar. Después comienzo a creer que estoy herido, lo que no deja de ser un progreso, pues antes me imaginé estar muerto. Pero lo que gradualmente ve va vigorizando el cuerpo y nutriendo de ideas la mente, es la sensación cierta de encontrarme de pie. De esto ya estoy bien seguro, camino, luego me observo y nada; comienzo entonces a formularme la hipótesis de haber escapado y como una especie de alegría infinita va sacudiendo mi atonía, hasta que las potencias ocultas e irresistibles del instinto de conservación se vuelcan dentro del crisol de mi ser en un voto radioso de acción de gracias, que ofrenda a la vida, y en ese minuto solemne –por qué no decirlo- a Dios ¡Qué enorme satisfacción la vuelta de la conciencia y el convencimiento de vivir, cuando todo se creía perdido!”
“Una extraña energía comienza a dominar mis actos, la que trato de reprimir, porque yo mismo dudo que se apoye en base razonable. No en balde he oído y leído tanto sobre los efectos nerviosos de las explosiones y anhelo, por tanto, con toda la sinceridad de mi alma mantenerme sereno y reflexivo. Pero mi ardor me avasalla y entonces dispongo y grito, aunque felizmente sin apartarme mucho de la lógica, cosa que me es dable constatar más tarde. Estoy a diez pasos del sitio donde cahyera la granada y trato de formarme concepto de lo sucedido. Veo la figura esbelta de Soria Galvarro tendida en el suelo, en la actitud del que duerme una siesta, la cabeza sobre los brazos y con la inmovilidad de una estatua yacente. Con pena profunda, me hago cargo que ha caído victimado por la granada; un poco más lejos veo a un hombrecito diminuto que se retuerce sobre la tierra entre ayes de dolor, me fijo un poco más y me doy cuenta que es mi asistente, el veterano y simpático Quispe; por mi lado pasa en ese instante un soldado, cosa curiosa, andando con paso casi normal, aunque en lugar de una pierna arrastra un jirón horrible de músculos y nervios desgarrados, colgantes como flecos, desde los testículos hasta la rodilla den la parte de la entrepierna. El hombre da aullidos de lobo en hambruna, de dolor físico y quizá también sí moral. Al verme se me acerca, gritándome que lo salve, con una suprema expresión de humildad y de abatimiento que difícilmente podré olvidar mientras viva. Yo horrorizado, le pido que se quede tranquilo hasta que pueda ser socorrido. El soldado insiste con su grito plañidero: ¡sálveme! Sálveme! mi coronel. Me siente agobiado ante esa visión trágica; por un segundo pasa por mi mente la idea piadosa y tremenda de poner fin con mi revólver a tan cruel padecer, pero consigo dominarme y preocuparme de otra cosa.”
“Entretanto he tomado unas cuantas decisiones; algunas se han podido cumplir; otras tienen que diferirse para mejor oportunidad. He hecho transportar el cuerpo de Soria Galvarro cerca de mí; el teléfono ha empezado a funcionar, haciendo llamados urgentes al sanitario de la batería –que valientemente acude con presteza- y al cirujano del Grupo.”
“Me arrodillo cerca del teniente y debo sufrir la enorme impresión de ver su pecho destrozado y aún un soplo de vida en el fondo de unos ojos atormentados por la agonía, que me miran fijamente, como queriendo traducir lo que sus labios no podrán expresar."

“En ese instante, sale otro disparo paraguayo y se reproduce nuevamente la agitación. Yo grito que se protejan inmediatamente.
¡Vamos a la línea! A la línea! – exclaman algunos.
Yo les grito que se protejan como puedan. Llega con violencia la granada y en el primer instante me parece que ha caído cerca del “pahuiche”, tan oculto queda a la vista, cubierto de espesa nubada de polvo y humo.
¡Adiós mi equipaje! – dígome atribuladamente.
“Vuelvo sobre Soria Galvarro y ya no me queda sino contemplar, como sirviendo de máscara del que fuera su rostro, el visaje cenizo y la risa helada y verdosa de la muerte. No se me ocurre cerrarle los ojos, pero tomo la posición de firme.”
“Los tres o cuatro soldados que están conmigo hacen lo mismo entre sollozos. Y en ese minuto, otra vez como ratificación de funeral solemne, se oye: ¡pum! ¡pum! ¡pum! Es la artillería paraguaya que reinicia su actividad, esta vez orientada a exterminarnos. El aire se puebla de un estruendo apocalíptico; las explosiones se suceden frenéticas alrededor de la batería; luego, con distancia acortada sobre el corral de ovejas, cuyo cerco de ramas se observa acaso desde lejos, como una línea parapetada, encontrábame yo a unos cincuenta metros de este último objetivo, cuando volvió a tomarlo la artillería enemiga. En un comienzo, no pienso ni me propongo nada, como atraído y subyugado por la fiereza del espectáculo; en lo profundo de mi raciocinio columbro que eso no es normal y llego a la conclusión de que aún estoy atenazado por el embotamiento paralizante de una impresión que ha pegado con golpe de laque sobe mi espíritu. Procuro reaccionar, poniendo en juego mi iniciativa, pero apenas si puedo formarme un cuadro de apreciación técnica de lo que está sucediendo. Se trata de un tiro de contrabatería, con observación directa, al parecer desde una distancia superior a 6.000 metros, por el lapso hábil entre la percepción de las detonaciones y las de arribada, y calculo que los paraguayos se emplearán a fondo, pues han verificado su reglaje sobre un objetivo que no carece de interés.”
“… han pasado dos… tres… ráfagas de trayectorias paralelas, y creyérase que los bólidos de acero con entraña hirviente e infernal, presta a estallar, vienen animados por una suerte de malicia picaresca, tal es su endiablada pertinacia en demanda de sus propósitos. Me encuentro inerme ante ese destino que parece estar ciego y sordo a cualquier súplica.”
“… Avanzamos un largo trecho (entre los zarzales, apartándonos de la zona batida) y creo estar lejos de la línea longitudinal de tiro, pero los cuerpos explosivos siguen desfilando por lo alto. Antes de admitir la idea de haber hecho el círculo vicioso que es tan frecuente en los bosques y en los desiertos, quiero creer que es la batería Quiroga la que ha roto sus fuegos en nuestro apoyo.”
“Siento entonces una especie de alivio, pues, si es así, no hay por qué temer una percusión de la granada sensible sobre la más ínfima rama del bosque que nos encubre sin protegernos en realidad, pues conozco sus ángulos de elevación para batir cualquier punto de la banda, cuya mayoría entra en la clasificación de los mayores. Pronto me disuado de esta creencia. Los golpes secos iniciales de las ráfagas son tres; los nuestros serían cuatro, diferencia que existe, por lo general, en el número de piezas entre las baterías paraguayas y bolivianas”.
“Los artilleros enemigos han acortado su tiro; la parábola de sus proyectiles pasa ahora a unos pocos metros escasos de la copa de los árboles que apenas si se remontan por sobre nuestras cabezas. Yo estoy con el credo en la boca, porque una percusión en el ramaje está dentro de las posibilidades…”



Conclusión del duelo de artillería en el Chaco (1935)
“¿Cuánto duró todo aquello desde su preliminar? Quizá si sólo unos pocos minutos; si afirmamos que fueron veinte o treinta estaríamos en lo justo, pero para nuestro espíritu ya maltrecho y fatigado habían cobrado la intensidad de horas.”
“Cuando el silencio renació sobre la selva en conjunción con las llamaradas ígneas del sol en su cenit, trabajamos par salir al camino, cosa que resultaba ahora sencillísima. Volvimos todos, uno a uno, al sitio trágico y ruidoso de momentos anteriores, El cirujano del Grupo, mayor Villafani, constataba la muerte del malogrado comandante de la batería, agresora y agredida a su turno; el sanitario hacía una curación de emergencia a los tres heridos, dos de ellos en gravísimo estado; mi asistente Quispe –que moriría esa noche- y un cabo, aquel de la pierna mutilada que había seguido andando, pues el hueso quedó indemne.”

Para la época que se refiere el relato de Vergara Vicuña, el ejército paraguayo había casi llegado a los límites geográficos del Chaco, habiendo hecho retroceder al ejército boliviano casi 700 kilómetros en algunos puntos, desde que se iniciara la guerra en setiembre de 1932.

Los últimos meses de 1934 vieron las victorias más impresionantes de toda la guerra, con las cuales Estigarriibia alcanzó su sitial de gran capitán. En noviembre de 1934 (el 15 de noviembre para ser exactos) concluyó, según el escritor militar norteamericano, David Zook, "una de las más perfectas batallas ejecutadas en el Hemisferio Occidental", la batalla de EL Carmen, en que con 4.500 hombres cercó a 7.000 efectivos bolivianos y los hizo rendir, haciendo desmoronar el frente del Pilcomayo y que los bolivianos evacúen el fortín Ballivián, la "capital del Chaco boliviano". Este golpe fué tan tremendo, que el presidente boliviano Daniel Salamanca se trasladó al Cuartel General de Villamontes para destituir a todo el Alto Mando y reemplazarlo por jefes más capaces. Pero he aquí que cuando arribó el Presidente y expresó sus intenciones, fué apresado y obligado a renunciar (27 de noviembre), para perpetuar al inepto comando del Chaco. En este momento, se produjo otra increíble victoria, cuando los paraguayos cortaron el abastecimiento de agua del cuerpo de caballería boliviano del Cnel. David Toro, al capturar los pozos de agua de Yrendagué (8 de diciembre de 1934), en una zona desértica. Los soldados bolivianos se desbandaron y unos 3.000 murieron de sed y en combates, y otros 3.000 cayeron prisioneros. Finalmente, ya el 27 de diciembre con un movimiento de encerramiento, 2.000 bolivianos quedaron acorralados contra el Pilcomayo en Ybybobo. Con sólo 2.389 hombres, el cnel. Delgado del III cuerpo de ejército paraguayo capturó más de 1,200 enemigos y abundante botín, a costa de 46 heridos.
Con todas estas derrotas Bolivia perdió definitivamente el Chaco, y Paraguay se aprestó a atacar Villamontes, el último punto de importancia que Bolivia tenía en el Chaco.

Publico un mapa con los avances desde 1932 hasta 1935.


viernes, 26 de diciembre de 2014

Guerra del Chaco: Batalla de Campo Vía

Batalla de Campo-Vía 
Por Rafael Mariotti


Tengo entendido que la maniobra de Zenteno (Alihuatá)-Gondra, conocida por los Bolivianos como batalla de Alihuatá y por los paraguayos como batalla de Campo Via o como Zenteno-Gondra fué la batalla mas grande del conflicto del Chaco. En efecto, luego de que el coronel Estigarribia convenciera al presidente Eusebio Ayala de retornar a la ofensiva y después de los éxitos de Pampa Grande y Pozo Favorito de setiembre de 1933, el presidente -partidario sempiterno de las gestiones diplomáticas y de ahorrar el máximo de vidas evitando sangrientas acciones ofensivas- accedió al plan de Estigarribia de una gran batalla final de aniquilamiento del ejército Boliviano y la conclusión final de la guerra que ya llevaba 1 año. El plan era sencillo, reunir todos los recursos del país y atacar simultáneamente en un frente de 120 kilómetros del gigantesco semicírculo que empezaba en Charata y pasando por Alihuatá iba hasta Rancho Ocho, pasaba por Gondra y terminaba en Nanawa; para encerrar a las divisiones Bolivianas novena, cuarta y séptima y consumar su destrucción mediante un envolvimiento doble: uno que arrancaba de flanco izquierdo del EB en Pampa Grande y la otra tenaza arrancaba en Pozo Charcas. Ambas tenazas se encontrarían en Alihuatá y encerrarían a las divisiones Bolivianas IX y IV. 
La ambiciosa maniobra se inició el 23 de octubre de 1933, y como se pensaba que traería la paz se reunieron 26.500 hombres (la mayor cantidad de efectivos que jamas alcanzó Paraguay en la guerra), recurriendose hasta a la Policia de Asunción para completar las reservas. El inicio tuvo un desafortunado revés al ser rechazada la tenaza derecha con la sangrienta derrota de Pozo Charcas (30 de octubre de 1933). Durante todo el mes de noviembre se buscó la definición de la batalla con ataques casi diarios, los Bolivianos se replegaron a su última linea defensiva y sus posiciones se extendieron al máximo. Los jefes Bolivianos veteranos (Moscoso, Peñaranda y Toro), urgieron a Kundt que ordenara el repliegue ante el peligro de envolvimiento; pero éste, apegado al terreno, eludió prudentemente las sugerencias de sus subalternos, y se aferró a sus posiciones. Esta actitud condenó a las divisiones cuarta y novena, que quedaron encerradas el 8 de diciembre de 1933 cuando la primera division paraguaya (Tte. Cnel. Rafael Franco) que atacó desde Gondra pudo unirse a la séptima división (tte. Cnel. Jose A. Ortiz) que atacó desde Pampa Grande, pudiendo al fin las dos tenazas encontrarse. El 11 de diciembre de 1933 se rindieron las 2 divisiones Bolivianas encerradas con sus comandantes, el Cnel. Emilio Gonzalez Quint y el cnel. Carlos Banzar de las novena y cuarta divisiones respectivamente junto a 7.500 hombres de oficiales y tropas y cuantioso material bélico que incluía 20 cañones (2 de 105 mm y 18 de 75 mm), 25 morteros, 100 ametralladoras pesadas, 400 livianas y unos 8.000 fusiles en su mayoría VZ24 checos, amén de numerosos camiones y diversos elementos. 

El costo de la batalla fue elevado para el Paraguay, de acuerdo a las estadísticas médicas hubo 12.024 evavuados (heridos y enfermos) de los cuales 2.289 retornaron al frente (Fernandez, pagina 351), y ciertamente que hubo muchos muertos. Fernandez cita a 1.002 muertos en total, pero Rios afirma que habrán llegado a 3.000. 

Considerando el número de Bolivianos presentes en el teatro de la ofensiva, (Zook afirma que eran probablemente 17.000 y Ríos 21.000), la maniobra paraguaya, si bien fué una muestra excepcional de audacia combativa, pago un precio desproporcionado. 
Finalmente, no se pudo destruir al EB, retirándose restos de la 4ta división y la sèptima en forma ordenada, prosiguiendo la guerra por otros 18 meses. 

Narraré ahora un interesante episodio de un ataque concertado durante la larga batalla de Campo Via. Este relato fue extraido del libro "Algunas batallas memorables de la guerra del Chaco" del mayor (SR) Lorenzo Medina (1972), quien durante la batalla actuó como comandante del regimiento 16 de infantería "Mariscal Lopez" perteneciente a la octava división de infantería que presionaba en el sector de Pozo Favorito. 
En Pozo Favorito, sector asignado a la VIII division de infantería, el RI 16 Mariscal Lopez había obligado al enemigo a replegarse sobre su línea principal de resistencia, una posición fuertemente preparada, con trincheras bien delineadas y reforzadas a la perfección con nidos de armas automáticas ubicados técnicamente para un plan de fuego de alta precisión; tupido revestimiento de apaá en todo el frente de las posiciones, etc. etc. Con todo eso nuestras tropas se habían aproximado hasta a menos de 50 metros en ciertos lugares, a tal punto de escucharse con toda nitidez lo que pasaba en la línea enemiga, como voces de mando, ruido de menajes a las horas de rancho, y hasta los soldados se gastaban chistes y mofas de viva voz, de una línea a la otra, matizando a veces con alegres risotadas el lúgubre ambiente de tragedia. 
Así estábamos, bajo un estado anímico deprimente, cuando el 3 de noviembre de 1933, temprano, llega a mi Puesto de Combate (del entonces capitán Medina) en capitán Juan José Benítez, jefe del Estado Mayor de la Octava división. En la oportunidad, me comentó la desgraciada acción de Pozo Charcas y el estancamiento forzoso de las operaciones en todos los frentes (la ofensiva se había estancado); existía la impresión en los mandos de que el enemigo estaría fuertemente atrincherado desde Charata hasta Nanawa (el inmenso semicírculo), con numerosas tropas, gran potencia de fuego y un dispositivo de tiros de artillería bien organizado. En tal ocasión, mas bien para poner "buena cara al mal tiempo", le dije al Cap. Benítez, entre bromas y de veras, que frente a nuestras posiciones sería posible romper la línea enemiga y si pudiera disponer de tres o cuatro regimientos para explotar el éxito, se pondría en serio aprieto al enemigo llevando un vigoroso ataque directamente sobre Alihuatá, que no distaría de nuestros emplazamientos más de cuatro kilómetros, a juzgar por la forma nítida como se escuchaba el ruido incesante de camiones por los ámbitos del fortín. El capitán Benítez encontró muy interesante la idea y dijo que se la comunicaría al Jefe de la octava división, el Tte. Cnel. Felix Cabrera. Al mediodía me llamó Benítez para presentarme ante Cabrera a exponer mi plan, quien luego de escuchar con gran interés llamo por teléfono al Gral. Estigarribia el cual aprobó inmediatamente el plan que se llevaría a cabo al día siguiente, a primera hora, para cuyo efecto se redactaría la Orden pertinente. 

La operación se ejecutaría al "estilo Mariscal", un sistema muy peculiar que se había adoptado en nuestro regimiento para los ataques sorpresivos en los montes tupidos, que consistía en el siguiente procedimiento: Descubrir en la posición enemiga un punto de probable vulnerabilidad, especialmente por carencia de emplazamientos de armas automáticas; formar perperdicularmente sobre esos puntos la tropa de asalto, en columna india (de a uno), numerada en par e impar, quince o veinte hombres elegidos, con granadas de mano, machetes y algunos Piripipí -pistolas ametralladoras- (los jefes de grupo). En momento oportuno y bien estudiado, lanzarse sorpresivamente, sin disparar un tiro, con máxima rapidez y decisión, para abrirse sobre la posición alcanzada los números pares a la derecha y los impares a la izquierda, lanzando las granadas de mano en las zanjas, a diestra y siniestra, acompañado del griterío característico de nuestros soldados en tales trances y que causaba pavor al enemigo. Seguidamente, irrumpir las otras tropas con el mismo dispositivo, sobrepasando la posición conquistada cincuenta o cien metros en profundidad para luego converger en abanico y caer por la retaguardia sobre los tiradores encarnizados en disparar sus armas cada cual en su frente, tomándolos y cazándolos a mansalva, por que el ruido infernal del tiroteo y la confusión que causa la sorpresa, los ha dejado embotados y anonadados. Naturalmente que el procedimiento requiere experiencia y entrenamiento, para actuar con la rapidez y decisión que exige la operación. Quedamos todos de acuerdo y cada comandante volvió a su Unidad para echarse de lleno a los preparativos. 
Por la tarde, a las 17 horas,el capitán Benitez me acerco a mi Puesto de combate la Orden de Operaciones 13 para el dia siguiente, a la cual sugerí las siguientes modificaciones: 

1) Modificar la hora "H" o sea la hora de asalto; en vez de las 5 horas de la mañana, hacerlo a las 10, por la siguiente razon: por el intenso tiroteo de hostigamiento de todas las noches, debido al recelo recíproco de un ataque, las tropas desveladas, al pasar la hora crítica, que generalmente es el amanecer, caen en un intenso sopor, que cuando comienza a picar el intenso calor de la época, para la hora que sugerimos (las 10) están dormidos o despojando de ñamokyrá sus gruesas ropas de paño, completamente desnudos en las zanjas. 

2) Suprimir la preparación de artillería, también dispuesta en la Orden 13, porque con las 2 baterías (8 cañones) destinadas para el efecto, no se haría otra cosa que prevenir al enemigo del ataque, y el éxito de la operación dependería de la sorpresa. 

Estas sugerencias fueron aceptadas sin cortapisas modificandose la orden de operaciones correspondientemente. 

El día 4 esperábamos impacientes la llegada de las tropas para la explotación del éxito. A la noche anterior ya se había aproximado el RI 3 Corrales pero en lamentable estado, porque había sufrido rudo golpe en Pozo Charcas, su dotación no pasaría de 300 hombres, cansados y deprimidos. A las 6 llegaba el R C 1 "Valois Rivarola". Fue toda la fuerza que se dispondria, como me dijo telefónicamente el Tte. Cnel. Cabrera quien me aseguró que no se podría retirar mas tropas de las líneas para no dejarlas desguarnecidas. Nosotros estabamos seguros del éxito, en cuanto a la rotura de la línea enemiga, porque existía en la Unidad confianza plena en el valor y pujanza de los hombres. Solamente que en cuanto a la explotacion del éxito, se nos vino el alma al suelo, porque con solo 2 regimientos, el 3 Corrales terriblemente diezmado, y el Valois no se podría ni remotamente alcanzar el resultado esperado. A las 9:30 me llama el Tte.Cnel. Cabrera para pedir informes de la situación y coordinar los relojes y luego me pasa con Estigarribia quien me alentó con sus buenos augurios para el éxito de la operación. 

Habíamos pasado revista con tte. 1ª Alejandro Rodríguez el batallón a su mando, ya ubicado en la posición de asalto; los hombres del pelotón de choque al mando del joven Tte. Cubilla, alivianados de equipo, con sus filosos machetes y siete granadas de mano en poder de cada uno, estaban alegres y optimistas como si estuviesen por asistir a una fiesta en compañia de sus novias. Nadie pensaba ni se inquietaba porque iba a enfrentar cara a cara con la muerte. 

La manecilla del reloj se aproximaba inexorable a la hora 10. Tal era la calma y la espectativa, que se escuchaba hasta la voz del pensamiento, que parecía murmurar palabras de aliento proveniente del fondo de nuestra historia.

Explosiones de granadas de mano, gritos de guerra, vivas al Paraguay anunciaron que la hora había llegado y que la posición enemiga del frente de ataque estaba ocupada, aplastada. El Batallón Rodríguez ensanchaba la brecha abierta a punta de corazón y bayoneta, y el Tte. Trinidad Dayans había penetrado como una saeta para converger sobre la línea enemiga por la retaguardia. 

Entretanto el mayor Alfredo Ramos lanzaba su regimiento Valois Rivarola, las tropas avanzaban por el angosto pique en tropel, porque se rivalizaban los soldados en el afán de llegar primero al combate, tratando de adelantarse el uno al otro. Sentí decir a un soldado al pasar: "Ya cobrá que Charca-ré" (cobrémonos por lo de Charcas). 
Antes de transcurridos 10 minutos de la iniciación del ataque, empezaba el desfile de prisioneros hacia nuestra retaguardia, muchos de ellos ostentando en el cuerpo las huellas horripilantes de las armas de la fuerza de choque, el machete. 

El Valois avanzaba arrollando la resistencia que trataban de oponer las tropas enemigas desalojadas de sus posiciones, pero de pronto vino a contener nuestro movimiento un intenso bombardeo de la artillería enemiga, desencadenada sobre la posición ocupada con tiros de alta precisión, que causó en nuestras líneas mas bajas que el asalto. Pudieron formar una magnífica barrera de contención para concurrir con refuerzos suficientes, con tropas apresuradamente sacadas de otros frentes, a fin de asegurar Alihuatá, seriamente amenazado. El intenso bombardeo duró más de media hora, haciendo caer una lluvia de granadas que por cierto nos hizo pasar muy malos ratos. Cuando el Valois quiso continuar su avance se encontró con numerosas tropas que oponían tenaz resistencia. 
El bombardeo de artillería causó mas bajas en nuestras líneas que la rotura de su línea principal de resistencia. El batallón III del Tte. Felix Ismael Ferreira, que quedó como reserva en las posiciones, tuvo más perdidas que los batallones atacantes. En efecto, el Batallón I que inició el asalto tuvo UN muerto, y 7 heridos, el Batallón II DOS muertos y 11 heridos, el batallón III SEIS muertos y 27 heridos. De modo que la operación costó al RI 16 Mariscal Lopez 9 muertos 47 heridos contra una perdida de 63 muertos constatados y 160 prisioneros del lado Boliviano. 
La operación "Pozo Favorito" como se dió en llamar a este ataque tuvo un resultado muy satisfactorio abriéndose una brecha de poco más de mil metros de ancho por ochocientos metros de profundidad quedando prácticamente aniquilado el regimiento Boliviano "Campos" que recibió todo el peso del ataque. 

Con este relato me gustaría hacer una comparacion con las tácticas Strumtruppen del ejercito alemán en las fases finales de la primera guerra mundial. En efecto, desde 1916, los alemanes habían constatado la futilidad de los ataques convencionales a las trincheras enemigas y desarrollaron paulatimanente, primero en el frente ruso, y luego en el frente occidental, tacticas de asalto que consitía en tropas especiales que se lanzaban al ataque luego de breves y devastadores bombardeos concentrados de artillería. La tropas de asalto se lanzaban inmediatamente al ataque; los ingenieros creaban brechas en las lineas enemigas con cortadores de alambre y explosivos. Lanzadores de granadas, lanza llamas y ametralladoristas se infiltraban en las posiciones enemigas. Seguían tres o cuatro olas de infantería. Las tropas de asalto no tenías objetivos fijos y dejaban los bolsones de resistencia para ser eliminadas por las tropas que venian detrás. Las sturmtruppen (tropas de asalto) empleaban por primera vez el primer subfusil producido para ese propósito, el Bergmann MP 18, antecesor del MP28 II de la guerra del Chaco. Esta táctica fue empleada masivamente por Luddendorff para tratar de romper el frente en marzo de 1918, y consiguio grandes éxitos, pero la potencia conjunta aliada finalmetne equilibró la balanza y derroto a los alemanes.


Se puede observar un obús de campaña Vickers MkB de 105 mm modelo 1929 capturado en Campo Via en 1933. La foto blanco y negro se ve el obús de 105 mm a la izquierda e la foto. 




Mapa de la batalla de Campo Via, con las divisiones paraguayas y bolivianas presentes en la zona de operaciones. 

sábado, 14 de septiembre de 2013

Obús remolcado: Tipo 54 (China)

Obús remolcado Type 54 de 122 mm 

Ejemplares del ELP

El primer obús remolcado producido por China fue el Type 54, el cual es una copia del soviético M1938. La artillería sirvió con el ELP por tres décadas antes de que la mayoría de ellos fuese retirado del servicio activo en los 1980s.

Ejemplares en servicio en el Ejército de Bolivia