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jueves, 10 de octubre de 2024

Islamismo: La batalla de Poitiers

La batalla de Poitiers




La batalla de Poitiers, antiguamente llamada batalla de Tours, tuvo lugar el 10 de octubre de 732 entre las fuerzas comandadas por el líder franco Carlos Martel y un ejército musulmán a las órdenes del valí (gobernador) de Al-Ándalus Abd ar-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi, cerca de la ciudad de Tours, en la actual Francia. Durante la batalla, los francos (cristianos) derrotaron al ejército musulmán y al-Gafiqi resultó muerto.1​ Esta batalla frenó la expansión musulmana hacia el norte desde la península ibérica y es considerada por muchos historiadores como un acontecimiento de gran importancia histórica, al haber impedido la invasión de Europa Central por parte de los musulmanes y preservado el cristianismo como la fe dominante durante un periodo en el que el islam estaba sometiendo gran parte de los territorios del Imperio romano de Oriente y había acabado por conquistar al Imperio persa sasánida, expansión que comenzó en el 632 tras la muerte de Mahoma.​ Las fuentes de esta batalla son escasas, y ni siquiera se sabe con certeza el año de la batalla, puesto que las fuentes musulmanas de Al-Ándalus de la época la situaron en torno al 732, pero la Crónica de 754, cristiana y contemporánea, sugirió que el combate se produjo a finales de 733 o 734, probablemente en octubre.


Antecedentes

Los sarracenos llegaron a Europa, a la península ibérica, en el 711,1​ y a partir del noreste de esta península sometieron fácilmente Septimania, establecieron Narbona como su capital (denominándola Arbuna), otorgando unas condiciones honorables a sus habitantes, pacificaron rápidamente el suroeste de lo que hoy es Francia y amenazaron durante unos años los territorios francos. El Duque Odón de Aquitania (también conocido como Eudes el Grande) había derrotado decisivamente una importante fuerza musulmana en 721 en la denominada batalla de Tolosa, pero las razias musulmanas continuaron, llegando en el año 725 hasta la ciudad de Autun en Borgoña. Amenazado por los musulmanes por el sur y por los francos desde el norte, Odón se alió en 730 con Uthman ibn Naissa, denominado «Munuza» por los francos, el que posteriormente sería emir bereber de la región que más o menos coincidiría con la actual Cataluña.[cita requerida] Como tributo, Odón dio a su hija Lampade en matrimonio a Uthman para sellar la alianza, y las razias musulmanas a través de los Pirineos (la frontera sur de Odón) terminaron.

Sin embargo, el año siguiente Uthman se sublevó contra el valí de Al-Ándalus al-Gafiqi, pero este acabó rápidamente con la revuelta, dirigiendo después su atención contra el antiguo aliado del traidor, Odón. El paso de los Pirineos lo realizaron por los puertos de Somport y Roncesvalles, según una fuente árabe no identificada: «Aquel ejército pasó por todas partes como una tormenta devastadora». El duque Odón (denominado rey por algunos) reunió su ejército en Burdeos, pero fue derrotado en la batalla del Garona, y Burdeos saqueada. La matanza de cristianos en el río Garona fue especialmente terrible. Según las crónicas de Isidoro Pacense (Incipit Epitome Imperatorum, vel Arabum Ephemerides, atque Hispaniae Chronographia Sub Uno Volumine Collecta) «solus Deus numerum morientium vel pereuntium recognoscat» ("solo Dios conoce el número de muertes"). Las tropas musulmanas procedieron entonces a devastar totalmente aquella parte de la Galia, y sus propias crónicas afirmaron:[cita requerida]

    Los creyentes atravesaron las montañas, arrasaron el terreno abrupto y el llano, saquearon hasta bien adentro el país de los francos y lo castigaron todo con la espada, de forma que cuando Eudes trabó batalla con ellos en el río Garona, huyó.


Odón pidió ayuda a los francos, una ayuda que Carlos Martel solo le concedió después de que Odón aceptara someterse a la autoridad franca. La derrota de Odón dio a Carlos Martel una oportunidad ideal para atacar a al-Gafiqi, que había sufrido pérdidas en Burdeos.

En 732, una fuerza incursora musulmana se dirigía en dirección norte hacia el río Loira, encontrándose fuera del alcance de sus líneas de suministro. Un posible motivo, según el segundo continuador de la Crónica de Fredegario, eran las riquezas de la Abadía de San Martín en Tours, la más prestigiosa y sagrada de aquel tiempo en el oeste de Europa. Al tener noticias de esta incursión, el Mayordomo de Palacio de Austrasia, Carlos Martel, reunió a su ejército, de unos 15 000 a 75 000 veteranos[cita requerida], y marchó hacia el sur.

Localización

Pese a la gran importancia asignada a esta batalla, el lugar exacto donde tuvo lugar es desconocido. Muchos historiadores asumen que los dos ejércitos se encontraron en el punto donde los ríos Clain y Vienne confluyen, entre Tours y Poitiers.

La batalla

Carlos Martel situó a su ejército en un lugar por donde esperaba que pasara el ejército musulmán, en una posición defensiva. Es posible que su infantería conjuntada, armada con espadas, lanzas y escudos, presentara una formación del tipo falange. Según las fuentes árabes, se dispusieron formando un gran cuadro. Ciertamente, dada la disparidad entre los dos ejércitos —los francos eran casi todos soldados de infantería, en tanto que los musulmanes eran tropa de caballería, ocasionalmente con armadura—, Carlos Martel desarrolló una batalla defensiva muy brillante.


La Batalla de Poitiers, 732 (en una imagen de 1880)

Durante seis días, los dos ejércitos se vigilaron con solo escaramuzas menores. Ninguno de los dos quería atacar. Los francos estaban bien equipados para el frío y tenían la ventaja del terreno. Los musulmanes no estaban tan bien preparados para el frío, pero no querían atacar al ejército franco. La batalla empezó el séptimo día, puesto que al-Gafiqi no quería posponer la batalla indefinidamente.

Al-Gafiqi confió en la superioridad táctica de su caballería, y la hizo cargar repetidamente. Sin embargo, esta vez la fe de los musulmanes en su caballería, armada con sus lanzas largas y espadas, que les había dado la victoria en batallas anteriores, no estaba justificada. En una de las raras ocasiones en las que la infantería medieval resistió cargas de caballería, los disciplinados soldados francos resistieron los asaltos, pese a que, según fuentes árabes, la caballería musulmana consiguió romper varias veces el exterior del cuadro franco. Pero a pesar de esto, la fuerza franca no se rompió.


Se trata de una imagen de la conquista islámica de la península ibérica.

Según una fuente franca la batalla duró un día y según las fuentes árabes, dos. Cuando se extendió entre el ejército musulmán el rumor de que la caballería franca amenazaba el botín que habían tomado en Burdeos, muchos de ellos volvieron a su campamento. Esto le pareció al resto del ejército musulmán una retirada en toda regla, y pronto lo fue. Mientras intentaba frenar la retirada, al-Gafiqi fue rodeado y finalmente muerto. La carga definitiva de la caballería del Duque Odón, que aguardaba oculta en los bosques al norte de la posición del cuadro de Carlos Martel, resultó en un movimiento envolvente a la manera de los ejércitos francos, como si de un martillo contra un yunque se tratara, acabando con toda posibilidad de reagruparse del ejército enemigo. Los musulmanes supervivientes regresaron a su campamento.

Al día siguiente, cuando los musulmanes abandonaron la batalla, los francos temieron una emboscada. Solo tras un reconocimiento exhaustivo del campamento musulmán por parte de los soldados francos se descubrió que los musulmanes se habían retirado durante la noche.

Consecuencias




La batalla de Poitiers (en la esquina derecha superior del mapa) representa el final del avance de los ejércitos islámicos en Europa occidental. Los francos expulsarían a los musulmanes al sur de los Pirineos pocos años después.

El ejército musulmán se retiró al sur, más allá de los Pirineos. Carlos se ganó su apodo Martel ('Martillo') en esta batalla. Continuaría expulsando a los musulmanes de Francia en los años siguientes y volvería a derrotarlos en la batalla cerca del río Berre y en Narbona.[cita requerida]

No puede ser menospreciada la importancia de estas campañas, de la batalla de Poitiers y de las últimas campañas en 736 y 737 para eliminar las bases musulmanas en la Galia y suprimir la capacidad inmediata para ampliar la influencia islámica en Europa. Edward Gibbon y su generación de historiadores, así como la mayoría de los expertos modernos, convienen en que fueron indiscutiblemente decisivos en la historia del mundo. Parece incuestionable que Martel dominó esta era de la historia de una manera como pocos hombres hicieron. Sin embargo, a pesar de esta batalla, los musulmanes conservaron Narbona y la Septimania durante otros 27 años. Los tratados firmados anteriormente con la población local se mantuvieron firmes y se consolidaron incluso en 734, cuando el gobernador de Narbona, Yúsuf ibn Abd ar-Rahmán al-Fihri, llegó a acuerdos con varias ciudades de la zona para defenderse contra las intromisiones de Carlos Martel, que se había expandido hacia el sur brutal y sistemáticamente a fin de ampliar sus dominios. Carlos falló en su intento de tomar Narbona en 737, cuando la ciudad fue defendida por los habitantes cristianos (visigodos) con el apoyo de las tropas musulmanas acantonadas.

Fecha 10 de octubre de 732
Lugar Entre Tours y Poitiers, Francia.
Coordenadas 47°23′37″N 0°41′21″E
Resultado Victoria franca decisiva
Beligerantes
Reino franco Califato Omeya
Bereberes
Comandantes
Carlos Martel
Eudes de Aquitania
Abd ar-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi †
Fuerzas en combate
Desconocidas1
Estimación moderna: 15 0002​-30 0003​ infantes
Desconocidas1
Estimación moderna: 40 000-60 000 jinetes4
Bajas
Desconocidas1
Estimación moderna: 150-500 muertos5
Desconocidas1
Estimación moderna: 12 000 muertos5



Importancia

Contemporáneos cristianos, desde la Crónica mozárabe pasando por Beda el Venerable y hasta Teófanes, el cronista bizantino, registraron cuidadosamente la batalla y fueron rápidos en extraer lo que veían como sus implicaciones. Estudiosos posteriores pero antiguos, tales como el inglés Edward Gibbon (1737-1794), opinaron que, si Carlos hubiese sido derrotado, los musulmanes hubieran conquistado fácilmente una Europa dividida. Gibbon escribió: «Una marcha victoriosa se había extendido mil millas desde el peñón de Gibraltar hasta las orillas del Loira; la repetición de un espacio igual hubiera llevado a los sarracenos a los confines de Polonia y a las Tierras Altas de Escocia; el Rin no era más infranqueable que el Nilo o el Éufrates, y la flota musulmana podría haber navegado sin una batalla naval hasta las bocas del Támesis».

Algunas estimaciones modernas del impacto de la batalla (Roger Collins, Archibald Lewis, etc.) han marcado distancias con la posición extrema de Gibbon, y en cualquier caso opinan inviable una continua expansión por razones de falta de cohesión interna. Su conjetura recibe, no obstante, el apoyo de otros muchos historiadores. Aun así, dada la importancia que los registros árabes de la época dieron a la muerte de al-Gafiki y a la derrota en la Galia,[cita requerida] y a la consiguiente derrota y destrucción de las bases musulmanas en lo que ahora es Francia, es muy probable que esta batalla tuviera una importancia macrohistórica al frenar la expansión del islam en Occidente. Esta derrota fue el último gran esfuerzo de la expansión islámica mientras hubo todavía un califato unido,[cita requerida] antes de la caída de la dinastía de los Omeyas en 750, solo 18 años tras la batalla.

Según otros historiadores, «Carlos Martel rechazó solo una de las constantes razzias que los musulmanes emprendían estacionalmente en busca de botín. Antes, los francos habían derrotado ya algunas de estas incursiones sin ánimo expansionista, y las mismas se siguieron produciendo después hasta que Pipino el Breve acabó con los restos del poder musulmán en Francia en 759 y su hijo Carlomagno pasó a combatir en Hispania. Actualmente muchos creen que, aunque la campaña que llevó a la batalla fue solo de saqueo y no de expansión, esta fuerza era sin duda la mayor que pisó territorio francés. No obstante, la contemporánea y cristiana Crónica mozárabe refiere que las tropas comandadas por Carlos (varias décadas después apodado "Martel") superaban ampliamente en número a las de Gafiqi. Con esta batalla se debilitó mucho el poder musulmán en el sur de Francia, perdió a su mejor comandante y con él toda ocasión de conquista al norte de los Pirineos.



viernes, 24 de noviembre de 2023

Munición: La bala Minié

La bala Minié

W&W



 

Martini-Henry. Bolas minié lubricadas.



El casquete de percusión fue un gran paso adelante, pero poco tiempo después de su desarrollo, un invento aún mayor convirtió al mosquete en un arma mucho más letal con mayor alcance y precisión, y condenó al mosquete de ánima lisa para siempre.

El nuevo desarrollo comenzó en 1823 en India cuando un oficial británico, el Capitán John Norton, notó algo extraño. Los nativos indios usaban un tubo para proyectar dardos a sus enemigos, y cuando se disponían a disparar, comenzaban soplando en el cañón. Descubrió que estaban haciendo esto para crear una espuma que llenara el cañón y lo sellara de manera efectiva, de modo que cuando se disparara el dardo, la fuerza sobre él sería mucho mayor.

En 1836, un armero de Londres mejoró la idea de Norton al insertar un tapón de madera en la base de la bala para que se expandiera cuando se disparara. Esto ayudó, pero el verdadero avance se produjo cuando un capitán del ejército francés, Claude Minié, mejoró el diseño utilizando una base cilíndrica hueca. La bala ahora tenía forma de cono, similar a nuestras balas modernas. Entonces, aunque se llamaba bola Minié , no tenía forma de bola. Al principio, la bola Minié tenía una copa redonda en la base, y cuando la pólvora explotó, la copa forzó el plomo hacia afuera para llenar el cañón. Lo que era particularmente importante de esto era que la bala ahora encajaba perfectamente en las ranuras estriadas que había en el cañón.4

Durante años se habían utilizado ranuras estriadas en espiral, pero para un ajuste perfecto, que era necesario, la bala tenía que ser un poco más grande que el interior del cañón, y tenía que ser golpeada hasta una posición justo por encima de la pólvora, y esto fue un proceso lento. La bola Minié, por otro lado, podía dejarse caer en el barril, y esto era mucho más rápido. Y cuando la bala Minié atrapó las ranuras al salir, se vio obligada a girar y, como resultado, dejó el cañón con una velocidad de giro muy alta.

Para ver por qué una bala giratoria fue tan revolucionaria, debemos observar la física de un objeto giratorio. Cuando un objeto de cualquier tipo gira, gira alrededor de un eje, y este eje de rotación adquiere un estatus especial. En el caso de una bala en vuelo (disparada desde un rifle) hay dos movimientos que tenemos que considerar: su movimiento de traslación (que le da su trayectoria) y su movimiento de rotación. Tiene ambos al mismo tiempo, de la misma manera que lo hace una pelota de béisbol curva. Un lanzador deliberadamente le da un giro a una pelota de béisbol para curvar su camino de modo que sea más difícil de batear para un bateador.

¿Cómo tratamos con un objeto giratorio? En primer lugar, es fácil ver que gira alrededor de una línea imaginaria llamada eje de rotación, y nos referimos a su velocidad de giro como su velocidad angular (o velocidad angular, para una dirección particular). La velocidad de rotación generalmente se mide como tantas revoluciones por minuto (rpm). Los científicos también usan otra unidad, que es particularmente conveniente en física. Para definirlo primero tenemos que definir lo que se llama el radián; es 360°/2π, que es aproximadamente 57°. La unidad, radianes por segundo, se usa comúnmente en física.

Entonces, ¿qué se necesita para poner un objeto en movimiento de rotación, en otras palabras, para hacerlo girar? Obviamente se necesita una fuerza. Esto nos lleva de vuelta al concepto de inercia. Recuerde que de acuerdo con la primera ley de Newton, un objeto en movimiento permanece en movimiento uniforme con una velocidad constante en línea recta a menos que una fuerza actúe sobre él. En resumen, un cuerpo en movimiento tiene inercia y se necesita una fuerza para vencer esta inercia. La inercia es, por lo tanto, una especie de "falta de voluntad" para cambiar. De la misma manera, un cuerpo que gira tiene inercia rotacional y prefiere mantener esta inercia. En efecto, se necesita una fuerza para cambiarlo. En el caso anterior, sin embargo, estamos tratando con un movimiento de rotación, por lo que la fuerza es una fuerza de rotación, y nos referimos a esta fuerza como momento de torsión. (Usted aplica torque cada vez que gira la perilla de una puerta o abre un frasco).

Sin embargo, si observamos un disco giratorio, es fácil ver que la "velocidad lineal" (p. ej., pies por segundo) a lo largo del disco varía. La rapidez en un punto cercano al borde es obviamente mayor que la rapidez en un punto cercano al centro. Esto significa que para un objeto que gira, la velocidad en varios puntos a lo largo del objeto aumenta a medida que aumenta la distancia desde el eje de giro. Debido a esto, la fuerza ordinaria (o lineal) f y la fuerza de rotación o momento de torsión, que denotamos por τ, están relacionadas. Esto se puede expresar como τ = f × r.

Volviendo a la inercia rotacional, es fácil demostrar que un objeto giratorio prefiere mantener un giro en una dirección particular. Suponga que tiene una rueda de bicicleta con un manillar en su eje para poder sujetarla con las manos. Si hace girar la rueda, luego intente girarla, encontrará que es muy difícil girar. En resumen, la rueda quiere seguir girando en la misma dirección. Esto significa que una bala que gira alrededor de un eje a lo largo de su forma alargada y viaja en una dirección determinada, prefiere mantener esta dirección. Spin, por lo tanto, "estabiliza" una bala en vuelo. Resulta que también disminuye el efecto que tiene sobre él el aire que lo rodea (es decir, la resistencia del aire). Debido a esto, la bola Minié era mucho más precisa y tenía un mayor alcance.

Es importante tener en cuenta que aplicar torsión a un objeto que no gira le da una aceleración angular, donde las unidades de aceleración angular son radianes/seg2. Y nuevamente, la relación entre la aceleración lineal y angular viene dada por la fórmula α = a/r, donde α es la aceleración angular y a es la aceleración lineal. Finalmente, de la misma forma que tenemos el momento lineal, también tenemos el momento angular, y el principio de conservación: el momento angular total de un sistema aislado permanece constante.

Con un rifle que tiene de cuatro a ocho vueltas en espiral en el interior de su cañón, una bala Minié saldrá con un giro de hasta veinte mil revoluciones por segundo, lo que le da una tremenda estabilidad en comparación con la bola esférica que no gira que se usa en los mosquetes.

miércoles, 26 de abril de 2023

Guerras napoleónicas: La artillería de la Guardia Imperial

Artillería de la Guardia Imperial

Weapons and Warfare
 






La artillería de la Guardia Imperial, que se convirtió en la reserva de artillería de la Grande Armée, tuvo comienzos discretos. Se originó con el destacamento de artillería ligera de las Guías de Napoleón; parte, si no toda, regresó de Egipto y se incorporó a la nueva Guardia Consular ante Marengo en junio de 1800, donde sirvió una pequeña compañía (y perdió mucho). En 1802, Songis era el comandante de la artillería de la Guardia, que estaba compuesta por dos compañías de artillería y una compañía de trenes.

En 1804, cuando la Guardia Consular se convirtió en Guardia Imperial, solo había dos compañías de artillería a caballo y dos compañías de trenes de artillería. Dos años después, la artillería a caballo se había convertido en un regimiento de seis compañías, acompañadas por seis compañías del batallón de trenes. Una de las compañías de artillería era italiana. Eran los mejores y estaban bien entrenados y equipados. En 1808, Napoleón había ordenado al coronel Drouot que organizara un regimiento de artillería a pie de la Guardia. Primero se organizaron tres compañías y sirvieron excelentemente en Wagram. Además, se formaron tres compañías de “artillería de reclutamiento”, que luego se convirtieron en artillería de la Guardia Joven. Cuando se formó el regimiento de artillería a pie, el regimiento de artillería a caballo de la Guardia se redujo a dos escuadrones de dos compañías cada uno.

Después de la guerra con Austria en 1809, Drouot terminó de organizar su regimiento de artillería de a pie, dándole una banda y sapeurs, y finalmente dotándolo con pieles de oso en lugar de los shakos que los hombres habían usado anteriormente. Para 1813, la Guardia tenía seis compañías de artillería a caballo y seis de artillería a pie, ambas clasificadas como Guardia Vieja; una compañía de artillería a caballo; y quince compañías de artillería de a pie clasificadas como Guardia Joven. El tren de artillería se había convertido en un regimiento de doce compañías, y había una compañía de ouvriers y pontonniers, y se formó un regimiento de trenes de artillería de la Guardia Joven como complemento de las compañías de artillería de la Guardia Joven.

Cuando la artillería de la Guardia estaba siendo revisada y reconstruida después de grandes pérdidas en Rusia, algunas de las tropas de la excelente y bien entrenada Artillerie de la Marine, que también sirvió como infantería, formaron cuatro grandes regimientos asignados al VI Cuerpo de Marmont. . Se les entregaron abrigos azul oscuro como los de la Guardia Imperial, y lucharon tan valientemente en Lützen que los Aliados pensaron que eran infantería de la Guardia.

La artillería de la Guardia sirvió como reserva de artillería del ejército desde 1809 hasta el final del Imperio. Como tal, formó la mayor parte de la enorme batería de 102 cañones de Lauriston en Wagram en 1809, sufriendo pérdidas tan grandes que tuvo que ser reforzada con soldados de infantería de la Guardia. Coignet afirmó que cuando se pidió voluntarios a la infantería de la Guardia, todos querían ir. Participó en el ataque de artillería de Drouot en Lützen en 1813, así como en el elemento decisivo en Hanau el mismo año. También formó la masa de artillería que voló el centro prusiano en Ligny en 1815, como lo había hecho con el centro aliado en Lützen, allanando nuevamente el camino para el asalto decisivo de la infantería de la Guardia. La artillería de la Guardia le dio al Emperador una reserva de artilleros altamente capacitados, bien equipados y muy motivados que podían realizar cualquier misión de artillería que se les asignara.

La artillería de la Guardia celebró concursos anuales de artillería (tiro) en La Fère. Las armas y el equipo siempre se mantuvieron en el más alto estado de preparación, e incluso en las primeras batallas de 1813, con muchos artilleros sin experiencia en las filas, lucharon de manera excelente, superando en general a sus oponentes aliados.

Una situación interesante se desarrolló en la artillería de la Guardia entre los oficiales que habían sido “entrenados en la escuela” y los oficiales de servicio prolongado que habían terminado en la artillería o habían sido ascendidos de rango y nunca habían asistido a una escuela formal. Eran oficiales experimentados, pero ahora se los consideraba "no calificados" debido a la falta de educación. Tenían una larga experiencia, sin embargo, y finalmente se tomó la decisión de sentido común de que podían mantener su estatus y posición.

Un oficial de artillería de la Guardia, el Mayor Boulart, dejó una memoria interesante de su servicio en la Grande Armée. Una historia que relató tuvo lugar después del baño de sangre en Essling en mayo de 1809. Se había enfrentado acaloradamente a la artillería austríaca, superado en número en duelos y había sufrido algunas pérdidas. Después de la batalla conoció a Napoleón, quien se detuvo para interrogarlo sobre el desempeño de su unidad, las pérdidas que había sufrido y cómo iba a reponer lo que había perdido. Le informó al Emperador con precisión en qué estado se encontraba su unidad, y que tenía un arma que necesitaba reemplazar un respiradero y tendría que ir a la armería para su reparación. Napoleón, aparentemente disgustado, exigió saber por qué este problema no se había solucionado antes y, sin esperar a que Boulart respondiera,

Boulart acudió a su superior, le habló de su problema aparentemente insuperable y se le dio permiso para adquirir una de las piezas austriacas capturadas del mismo calibre para fines de inspección y conservarla hasta que su pieza original fuera devuelta, reparada, de el arsenal de Viena. Boulart así lo hizo, y cuando Napoleón se presentó al día siguiente en el lugar y la hora señalados, le preguntó a Boulart si estaba preparado para la inspección. Boulart le dijo que sí, que había fortalecido su batería y esperado la voluntad del Emperador. Napoleón le sonrió, le dijo lo complacido que estaba y le informó que no necesitaba ser inspeccionado. Sin duda, deseaba que el buen mayor Boulart tuviera toda su dotación de artillería y encontró la manera correcta de motivarlo, siendo algo temidas las inspecciones personales de Napoleón en la Grande Armée.

Finalmente, a continuación se dan dos anécdotas del omnipresente Mayor Boulart, que fue testigo de la chevauchée de Senarmont en Friedland en 1807 y era un oficial bien entrenado y hábil que se enorgullecía de los artilleros de su Guardia. Ambos incidentes tuvieron lugar durante la preparación y la invasión de Rusia en 1812.

El mayor Jean François Boulart, un hombre al que le gusta tocar la flauta en momentos extraños, ha traído una de las tres columnas de artillería de la Guardia desde su depósito en La Fère, en las afueras de París. Con sus pieles de oso altas y sin placa y sus uniformes azul oscuro con ribetes rojos, dice, sus artilleros eran “un magnífico objeto de admiración general. El 5 de junio había venido el Emperador y pasó revista a mi artillería. No era un hombre para hacer cumplidos, pero lo encontró atractivo. Tuvo la bondad de pasar mucho tiempo en mi compañía”.

Y:

Durante bastante rato mi mirada siguió a las tres baterías de la Guardia bajo un fuego bien alimentado y cubierto de una lluvia de perdigones cuya caída sólo se veía por el polvo que levantaban. Pensé que estaban perdidos, o al menos la mitad. Afortunadamente, los rusos apuntaron mal o demasiado alto.

miércoles, 29 de marzo de 2023

Fuerzas Armadas: Políticas de los siglos XVII y XVIII

Fuerzas Armadas del Estado – Siglos XVII y XVIII posteriores

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A principios de 1645, el mariscal de campo Lennard Torstensson dirigió un ejército sueco de 9.000 jinetes, 6.000 infantería y 60 cañones contra un ejército imperial de los Habsburgo de 10.000 jinetes, 5.000 infantería y 26 cañones comandados por Melchior von Hatzfeld. Ambos ejércitos estaban compuestos por regimientos comandados por coronel-propietarios internacionales, que habían utilizado sus fondos o crédito para levantar y mantener unidades militares. Muchos de los soldados de ambos ejércitos habían estado en servicio durante diez años o más. Los coronel-propietarios y generales de ambos ejércitos consideraron el reclutamiento de sus veteranos experimentados como una inversión a largo plazo, y ambos fueron respaldados en sus empresas por una red internacional de servicios de crédito privados, fabricantes de municiones, proveedores de alimentos y contratistas de transporte. En ambos casos, esta elaborada estructura se financió mediante el control de los recursos financieros de territorios enteros, en gran parte extraídos y administrados por el alto mando militar. los ejércitos se enfrentaron en Jankow en Bohemia, y las fuerzas imperiales, aunque superiores en caballería, fueron retenidas y finalmente derrotadas por los suecos, en parte gracias a su artillería.

En la batalla de Praga en mayo de 1756, Federico II de Prusia también se enfrentó al ejército de los Habsburgo austríacos. En este caso, los prusianos desplegaron 65.000 soldados y 214 cañones contra las fuerzas austriacas de 62.000 y 177 cañones. Si bien ambos ejércitos contenían unidades mercenarias, la mayor parte de las fuerzas se criaron bajo la autoridad del estado. Los gobernantes de Prusia habían adoptado el servicio militar obligatorio a principios del siglo XVIII, al igual que los Habsburgo de Austria tras los desastres militares de las décadas de 1730 y 1740. El estado había asumido la responsabilidad directa del entrenamiento, mantenimiento y apoyo de los ejércitos, y en ambos los oficiales ahora servían menos como empresarios y más como empleados del estado. Como en Jankow, el resultado fue una derrota para los austriacos, pero la batalla fue extraordinariamente costosa, una victoria pírrica para los prusianos.

Estas dos batallas podrían usarse como estudios de caso para demostrar la evolución de las fuerzas armadas en el largo siglo que separa el final de la Guerra de los Treinta Años de las Guerras Revolucionarias de la década de 1790; enmarcan un estilo de guerra y de fuerza militar que puede identificarse fácilmente con los estados dinásticos del Antiguo Régimen. Sin embargo, si bien es cierto que los cambios en escala, organización, tecnología y tácticas sin duda tuvieron lugar tanto dentro de las fuerzas terrestres como en el mar durante este largo siglo, es importante evitar simplificar demasiado las causas y exagerar el alcance del cambio. Sobre todo, este período no fue simplemente la historia del surgimiento de fuerzas modernas controladas por el estado que vencieron un sistema militar semiprivado atrasado e ineficaz cuyos orígenes se remontan a los condottieri de la Italia renacentista. La lucha feroz y prolongada en Jankow proporciona una demostración característica de las cualidades militares de las fuerzas militares privatizadas, mientras que la conducción más amplia de la campaña de 1645 reveló habilidades operativas de alto nivel. Esta efectividad reflejó las prioridades organizativas y operativas de los mismos empresarios militares: ejércitos de campaña pequeños, de alta calidad y extremadamente móviles -de ahí las proporciones muy grandes de caballería- sostenidos sobre una amplia base de ocupación territorial y extracción de impuestos, cuyas operaciones fueron cuidadosamente controladas. vinculado a una evaluación de los sistemas de apoyo logísticos y de otro tipo financiados por estos impuestos de guerra o 'contribuciones'. Lo mismo ocurría con las armadas, formado por una combinación de iniciativas privadas y públicas en las que el gobernante construyó y mantuvo varios de los barcos de guerra más grandes a cargo directo del estado, pero muchos más barcos fueron construidos por súbditos a su propio costo y riesgo, comandados por capitanes cuyos La principal contribución al esfuerzo bélico sería la actividad corsaria, vagamente integrada en las operaciones navales colectivas. Tales sistemas dieron resultados militares impresionantes; también estaban bien adaptados a las necesidades y el carácter del estado moderno temprano. La organización militar reflejaba una relación entre el poder estatal central relativamente débil y la voluntad de las élites dentro y fuera de sociedades particulares de movilizar recursos para proporcionar fuerza militar en nombre de esos estados. Ofrecía incentivos sustanciales -financieros, políticos,

Dicho esto, la llegada de la paz a Münster y Osnabrück en 1648, y finalmente un acuerdo entre Francia y España en 1659, marcó un punto de inflexión y el surgimiento de un conjunto de compromisos organizativos y políticos que definieron el carácter distintivo del Antiguo Régimen. fuerzas Armadas. No fue, en general, que la empresa militar se considerara un fracaso, pero los gobernantes, no obstante, se volvieron conscientemente hacia un ideal de control directo y mantenimiento de sus fuerzas armadas. Esto era en parte una cuestión de ideología: la autoproyección del gobernante como un roi de guerre, cuya soberanía estaba explícitamente vinculada al control personal de sus fuerzas armadas y la realización de la guerra, hizo que la empresa militar pareciera un socavamiento de esa autoridad soberana. Es más, mientras que la necesidad en tiempo de guerra podía justificar la recaudación de fuertes impuestos por parte de los propios militares, con la llegada de la paz fue menos perturbador para el estado y sus agentes reanudar la recaudación de impuestos, especialmente porque muchos gobernantes salieron de la Guerra de los Treinta Años con una conciencia más clara del potencial imponible de sus sujetos. En Francia, en la década de 1660, a pesar del regreso de la paz y una modesta reducción del impuesto territorial principal, los niveles generales de impuestos se mantuvieron en los niveles de tiempos de guerra.

Inicialmente, el objetivo de establecer una fuerza militar bajo el control directo del gobernante, pagado con los ingresos fiscales recaudados y distribuidos por su administración, parecía alcanzable. Las reformas militares de la Francia de Luis XIV en la década posterior a 1660 proporcionan el paradigma para esta reafirmación del control estatal. Una gestión más eficaz de las finanzas estatales y la recaudación de impuestos, considerablemente más fácil en un período de paz externa y orden interno, proporcionó la base sobre la cual se pudo crear y financiar un ejército permanente de alrededor de 55.000 soldados, y permitió el desarrollo de una armada prácticamente nueva. y sus instalaciones de apoyo. El ejército, en particular, se caracterizó por una administración mucho más intrusiva bajo la égida de los ministros de guerra Michel Le Tellier y su hijo, el marqués de Louvois. Regulaciones codificadas que realmente se aplicaron, estándares razonables de disciplina, especialmente con respecto a las poblaciones civiles, y la insistencia en la supervisión externa de la calidad del reclutamiento, el equipo y la instrucción, transformaron al ejército en lo que se consideraba un complemento de la autoridad y la soberanía reales. Tales iniciativas militares no eran simplemente prerrogativa de las principales potencias: un intento similar de mantener y aumentar los niveles de impuestos para sostener al ejército de Brandeburgo Prusia había creado un ejército en tiempos de paz de 14.000 hombres bajo el control directo del Elector en 1667.

Este ideal de ejércitos que estuvieran estrechamente vinculados a los recursos financieros directos del estado, y de una escala manejable donde la administración central -un Bureau de la guerre o un Kriegskommissariat- pudiera ejercer un alto grado de control y supervisión sobre el reclutamiento de tropas y oficiales, aprovisionamiento, disciplina y despliegue, era un objetivo realista para el Estado del Antiguo Régimen. Además, las fuerzas que podían desplegarse a través de tales sistemas directos de control y apoyo no se limitaban necesariamente a los cuerpos comparativamente pequeños reunidos después de la Guerra de los Treinta Años; estos se concibieron con frecuencia como un núcleo de fuerzas más grandes que se reunirían en tiempos de guerra, ya sea mediante el reclutamiento en el país o mercenarios extranjeros. El crecimiento de la administración estatal, tanto en número de personal como en la gama de sus actividades y procedimientos, es un fenómeno casi universal de finales del siglo XVII y XVIII. También lo es, hasta cierto punto, un aumento constante en la carga de impuestos que los gobernantes podrían imponer a sus súbditos, generalmente desfavorecidos. Limitados por la dependencia de las subvenciones parlamentarias para los ingresos fiscales extraordinarios, incluso Carlos II y Jaime II de Inglaterra pudieron usar su control directo sobre los ingresos crecientes y mejor administrados de las aduanas y los impuestos especiales para financiar un ejército permanente que creció de 15.000 en 1670 a algo más de 30.000 hombres a fines de 1688. Entonces, después de 1650, los gobernantes podrían, en teoría, buscar mantener y controlar ejércitos y armadas que fueran compatibles con su creciente participación en los recursos estatales y el rango en desarrollo y la sofisticación de sus administraciones. También lo es, hasta cierto punto, un aumento constante en la carga de impuestos que los gobernantes podrían imponer a sus súbditos, generalmente desfavorecidos. Limitados por la dependencia de las subvenciones parlamentarias para los ingresos fiscales extraordinarios, incluso Carlos II y Jaime II de Inglaterra pudieron usar su control directo sobre los ingresos crecientes y mejor administrados de las aduanas y los impuestos especiales para financiar un ejército permanente que creció de 15.000 en 1670 a algo más de 30.000 hombres a fines de 1688. Entonces, después de 1650, los gobernantes podrían, en teoría, buscar mantener y controlar ejércitos y armadas que fueran compatibles con su creciente participación en los recursos estatales y el rango en desarrollo y la sofisticación de sus administraciones. También lo es, hasta cierto punto, un aumento constante en la carga de impuestos que los gobernantes podrían imponer a sus súbditos, generalmente desfavorecidos. Limitados por la dependencia de las subvenciones parlamentarias para los ingresos fiscales extraordinarios, incluso Carlos II y Jaime II de Inglaterra pudieron usar su control directo sobre los ingresos crecientes y mejor administrados de las aduanas y los impuestos especiales para financiar un ejército permanente que creció de 15.000 en 1670 a algo más de 30.000 hombres a fines de 1688. Entonces, después de 1650, los gobernantes podrían, en teoría, buscar mantener y controlar ejércitos y armadas que fueran compatibles con su creciente participación en los recursos estatales y el rango en desarrollo y la sofisticación de sus administraciones.

Sin embargo, no fue así como se desarrollaron en la práctica los ejércitos del Antiguo Régimen. Lo que ocurrió en cambio fue un proceso en el que las demandas de los ejércitos y armadas, y especialmente sus costos, superaron la capacidad del estado para satisfacerlas. En la mayoría de los casos, no fue un desarrollo buscado conscientemente, y su impacto fue en gran medida contraproducente en términos de la eficacia de las fuerzas armadas. Como tan a menudo en la historia militar, la realización de la guerra fue impulsada por su propia dinámica; una vez que se abandonó el estilo autorregulador y autolimitante de la guerra empresarial, se abrió el camino a un tipo de fuerza armada y estilo de combate que desbordó los recursos del estado y condujo al estancamiento militar y a una variedad de conflictos políticos y sociales. tensiones a lo largo de los siglos XVII y XVIII.

Un factor en esta transformación fue la tecnología militar. La introducción gradual a partir de la década de 1680 de mosquetes equipados con un mecanismo de chispa barato pero confiable reemplazó a las armas más antiguas en las que la carga en la recámara del mosquete se encendía aplicando una cerilla encendida de combustión lenta. Prácticamente simultáneo con esto fue el desarrollo de la bayoneta anular, proporcionando al mosquetero un arma tanto ofensiva como defensiva. La élite de la infantería tradicional, los piqueros, cuya sólida presencia había servido tanto para proteger a los mosqueteros que recargaban como a los vulnerables del choque de la caballería o la infantería que cargaba, y habían demostrado ser un arma ofensiva formidable, fueron eliminados casi por completo a principios del siglo XVIII. Aunque estandarizado, Se puede pensar que la infantería armada con fusiles de chispa y bayonetas marcó el comienzo de una era de guerra dominada por la potencia de fuego masiva de la infantería, de hecho, la fusilería siguió siendo extremadamente ineficaz: las malas cualidades de producción, el alcance limitado y la precisión mínima se vieron agravados por una cadencia de fuego. que, según los estándares de la guerra industrializada, seguía siendo increíblemente lento incluso en las unidades mejor entrenadas. De hecho, la potencia de fuego transformó el campo de batalla, pero la clave fue el desarrollo de la artillería. Aunque la tecnología básica del cañón de campaña de avancarga se mantuvo sin cambios durante este período, una mejor fundición, cañones y carros más livianos, más movilidad y estandarización llevaron a un gran aumento en el número de artillería desplegada en el campo de batalla: quizás lo más significativo, estos las mejoras condujeron a la proliferación de armas de peso medio más móviles, las piezas de campo de nueve a doce libras que dominaron los campos de batalla de Europa hasta mediados del siglo XIX. Desde la Guerra de los Treinta Años con un par de docenas de cañones en cada bando, pasando por un enfrentamiento como Malplaquet (1709) con 100 cañones aliados contra 60 franceses, hasta Torgau (1760) donde se desplegaron 360 cañones de campaña austriacos contra 320 prusianos, el papel de la artillería fue cada vez más central en el campo de batalla y el asedio. Concentraciones masivas de fuego de artillería, equipados con una temible gama de misiles antipersonal, destrozaron formaciones de infantería y caballería por igual. a Torgau (1760) donde se desplegaron 360 cañones de campaña austriacos contra 320 prusianos, el papel de la artillería fue cada vez más central en el campo de batalla y el asedio. Concentraciones masivas de fuego de artillería, equipados con una temible gama de misiles antipersonal, destrozaron formaciones de infantería y caballería por igual. a Torgau (1760) donde se desplegaron 360 cañones de campaña austriacos contra 320 prusianos, el papel de la artillería fue cada vez más central en el campo de batalla y el asedio. Concentraciones masivas de fuego de artillería, equipados con una temible gama de misiles antipersonal, destrozaron formaciones de infantería y caballería por igual.

Estos cambios tuvieron algunas consecuencias paradójicas para las tácticas y el despliegue en el campo de batalla. La efectividad de la artillería condujo a un aumento adicional en el número de tripulantes y oficiales, pero una respuesta obvia a esta mayor letalidad fue un intento de llevar fuerzas más grandes, principalmente más infantería, al campo de batalla. Sin embargo, la infantería concentrada en el campo de batalla no estaba simplemente sujeta a la matanza por parte de la artillería opuesta; el adelgazamiento de la línea de infantería, que a mediados del siglo XVIII tenía tres filas de profundidad y cuya única defensa después de un puñado de disparos de mosquete era la bayoneta, también los hizo mucho más vulnerables a la caballería. Como reconocieron muchos comandantes astutos, el arma ganadora de la batalla, dado que la artillería no podía aprovechar las ventajas que creaba su potencia de fuego, seguía siendo la caballería. Sin embargo, la caballería como proporción de los ejércitos disminuyó constantemente en el siglo de 1660 a 1760, de alrededor de un tercio a alrededor de una cuarta parte del total de combatientes. La lógica militar podría haber sugerido un gran aumento en las proporciones de la caballería, especialmente en las fuerzas ligeras del tipo que había sido típico de las guerras de Europa del Este durante siglos, pero los presupuestos militares aseguraron que la caballería permaneciera subdesarrollada.

La proliferación de la artillería también tuvo un impacto drástico en la guerra de asedio, vista desde finales del siglo XVI como la forma más típica de combate, y otra razón por la cual las ventajas en el campo de batalla aportadas por más caballería podrían minimizarse. Después de décadas en las que las fortificaciones resistentes a la artillería habían demostrado ser un desafío insuperable para los ejércitos sitiadores, la cantidad de armas que se podían reunir para un asedio en las guerras posteriores de Luis XIV finalmente inclinó la balanza a favor de la ofensiva. Los asedios de los principales lugares fortificados en el siglo XVI y principios del XVII se habían ganado mediante un proceso de bloqueo fortuito, largo y costoso, la derrota de las fuerzas de socorro enemigas y, en ocasiones, la minería o el asalto directo, en lugar del bombardeo de artillería y la brecha. Esto fue reemplazado por prescripciones metódicas para realizar un asedio mediante trincheras paralelas cavadas progresivamente más cerca de las fortificaciones y protegidas del fuego de los defensores por líneas de comunicación en zig-zag. Usando estas trincheras para hacer avanzar la artillería, las fortificaciones y sus defensores se rendirían progresivamente. La única respuesta fue la iniciada por el genio de la fortificación francés Marshal Vauban, cuyo pré carré proporcionó una proliferación masiva de fortificaciones de última generación en una profunda barrera defensiva que se extendía a lo largo de las fronteras francesas. Se podían tomar fortalezas individuales, pero como los comandantes de los ejércitos aliados, Marlborough y Eugenio de Saboya, descubrirían en sus campañas posteriores a 1708, el tiempo y el costo requeridos para tomar un bloque suficiente de tales lugares fortificados redujeron su invasión de Francia a una lucha fronteriza lenta y de desgaste. En el lado defensivo (inferior), los costos de construcción y luego de guarnición y mantenimiento de tales sistemas de fortificación fueron inmensos. Además, experiencias como la campaña de Maurice de Saxe en los Países Bajos austríacos en la década de 1740 arrojan dudas incluso sobre estos enormes sistemas de fortalezas como medio para garantizar la seguridad defensiva. Era poco probable que las fortificaciones más fuertes resistieran si los comandantes de la fortaleza tenían claro que no había un ejército de apoyo en el campo capaz de expulsar a las fuerzas sitiadoras. Además, experiencias como la campaña de Maurice de Saxe en los Países Bajos austríacos en la década de 1740 arrojan dudas incluso sobre estos enormes sistemas de fortalezas como medio para garantizar la seguridad defensiva. Era poco probable que las fortificaciones más fuertes resistieran si los comandantes de la fortaleza tenían claro que no había un ejército de apoyo en el campo capaz de expulsar a las fuerzas sitiadoras. Además, experiencias como la campaña de Maurice de Saxe en los Países Bajos austríacos en la década de 1740 arrojan dudas incluso sobre estos enormes sistemas de fortalezas como medio para garantizar la seguridad defensiva. Era poco probable que las fortificaciones más fuertes resistieran si los comandantes de la fortaleza tenían claro que no había un ejército de apoyo en el campo capaz de expulsar a las fuerzas sitiadoras.

La artillería tenía capacidad para transformar campos de batalla y asedios en espacios más letales que hasta ahora, pero una parte de esta capacidad reflejaría el riguroso entrenamiento de las dotaciones de artillería en maniobrar los cañones, y sobre todo en cargarlos, dispararlos y recargarlos con la mayor rapidez posible. . Esto se basó en una veta mucho más amplia de cambio organizativo y, hasta cierto punto, social: tal fuego eficaz se lograría mejor, se consideró, mediante la imposición de una secuencia mecánica de procedimientos a los artilleros, aprendidos de memoria y enseñados por métodos rigurosos. práctica y disciplina. Y en mayor medida este sería el requisito para la infantería. Si la combinación de mosquete/bayoneta iba a acercarse a su potencial máximo (limitado) como tecnología de campo de batalla, entonces era necesario optimizar las velocidades de disparo, al igual que la forma en que se desplegó la potencia de fuego a través de una unidad de soldados, y la forma en que la unidad maniobraría para defenderse o aprovechar las circunstancias cambiantes del campo de batalla. El medio para lograr esto fue a través del simulacro. El entrenamiento formal se convirtió en la razón de ser del entrenamiento de infantería, impuesto de manera uniforme en grupos cohesivos de soldados desde el día del reclutamiento a lo largo de sus carreras militares. Para que el ejercicio lograra una infantería mecánicamente disciplinada, de respuesta rápida y cohesiva, se necesitaban más de unas pocas semanas en un campo de entrenamiento. El marqués de Chamlay comentó que si bien era posible tener buenos soldados de caballería al año de su alistamiento, tomó un mínimo de cinco a seis años producir infantería que pudiera desplegar fuego disciplinado sin perder la cohesión. y la forma en que la unidad maniobraría para defenderse o para aprovechar las circunstancias cambiantes del campo de batalla. El medio para lograr esto fue a través del simulacro. El entrenamiento formal se convirtió en la razón de ser del entrenamiento de infantería, impuesto de manera uniforme en grupos cohesivos de soldados desde el día del reclutamiento a lo largo de sus carreras militares. Para que el ejercicio lograra una infantería mecánicamente disciplinada, de respuesta rápida y cohesiva, se necesitaban más de unas pocas semanas en un campo de entrenamiento. El marqués de Chamlay comentó que si bien era posible tener buenos soldados de caballería al año de su alistamiento, tomó un mínimo de cinco a seis años producir infantería que pudiera desplegar fuego disciplinado sin perder la cohesión.

Tres consecuencias surgieron del desarrollo del taladro. Primero, el tiempo y los gastos involucrados eran demasiado grandes para permitir que los soldados regresaran a la vida civil después de algunos años de servicio. Los voluntarios, como en Francia, Gran Bretaña y algunos de los estados alemanes, fueron contratados y obligados a permanecer en servicio a veces durante décadas. Cuando se introdujo el servicio militar obligatorio, las poblaciones de hombres adultos podrían beneficiarse de sistemas relativamente ilustrados como el prusiano o el Indelningsverk sueco, en los que, después del entrenamiento inicial, los hombres se mantuvieron militarmente efectivos mediante campamentos de instrucción regulares, pero por lo demás se les permitió continuar con sus vidas civiles. En otros lugares podrían estar sujetos a demandas más brutales, como en la Rusia de Pedro el Grande, donde una parte de los sirvientes y arrendatarios de la clase terrateniente simplemente fueron reclutados de por vida. El servicio militar obligatorio en sus diversas formas se convirtió en una característica del estado del Antiguo Régimen; en la década de 1690, incluso Francia comenzó a utilizar el servicio local obligatorio de las milicias provinciales como un "sistema de alimentación" para el ejército regular. Una segunda consecuencia fue que el servicio muy largo requerido de los reclutas y voluntarios hizo que los soldados fueran más propensos a desertar. En consecuencia, las autoridades militares trataron de mantener a los soldados bajo estrecha supervisión. Por lo general, la segregación de la población civil se adoptó como el medio más efectivo para supervisar a los soldados alistados y, cuando era factible, esto conducía a su confinamiento en cuarteles especialmente construidos. Ambos factores contribuyeron a un tercero: el servicio como soldado común perdió cualquier posición social restante. Mientras que en la Guerra de los Treinta Años los veteranos se habían visto a sí mismos y habían sido tratados como el equivalente de trabajadores calificados, los soldados del Antiguo Régimen, a menudo separados de la población civil y subordinados a un duro código militar, fueron relegados al estatus más bajo. Se desarrolló un círculo vicioso en el que la baja estima social dificultaba el reclutamiento y animaba a los suboficiales y oficiales a tratar a sus hombres con una disciplina aún más brutal y con mayor desprecio.



Sin embargo, la transformación más evidente en las fuerzas armadas del Antiguo Régimen fue la del número y la escala. Incluso las afirmaciones más exageradas sobre el tamaño de los ejércitos levantados en el siglo anterior a 1650, la mayoría de los cuales no tienen fundamento en listas de ejército o detalles de reclutamiento, y todos los cuales ignoran las fluctuaciones entre y dentro de las campañas, aún quedan eclipsadas por la escala de la guerra. esfuerzo sostenido por ejércitos y armadas desde la década de 1690 en adelante.

Hasta cierto punto, el cambio tecnológico y organizacional consecuente indicado anteriormente podría explicar una presión al alza en la escala de las fuerzas armadas, y quizás especialmente en el tamaño de las fuerzas concentradas en el campo de batalla. Pero por sí mismo no habría generado el crecimiento de establecimientos militares en la escala observada en las décadas desde 1680 hasta el siglo XVIII. Los grandes aumentos en este período no fueron impulsados ​​principalmente por factores militares y sus implicaciones, sino que fueron consecuencia de la conducción de la política internacional. La diplomacia inepta y amenazante de Luis XIV a lo largo de la década de 1680 llevó a Francia inexorablemente hacia una guerra contra una coalición de todas las demás potencias importantes de Europa occidental y central. Mantenerse firme frente a esta alianza después de 1688 requirió un esfuerzo militar sin precedentes. Los enemigos de Francia respondieron con una escala de movilización que colectivamente igualaría y superaría los 340.000 soldados y las 150.000 toneladas de fuerza naval que Francia logró lanzar a la lucha. La expansión militar se movió hacia el este a mediados del siglo XVIII, donde la contienda triangular entre Prusia, Austria y Rusia en las décadas posteriores a 1740 tuvo el mismo efecto en el crecimiento del ejército. Federico II heredó un ejército de 80.000 en 1740, pero las guerras por Silesia lo elevaron a 200.000. La expansión militar austriaca que siguió a los desastres de la década de 1740 no fue menos impresionante, mientras que la explotación del servicio militar obligatorio de por vida aseguró que Rusia superara a todos los demás estados europeos en mano de obra militar. El impulsor final de la expansión militar, esta vez naval, fue la rivalidad y la guerra colonial y comercial europea, y sobre todo la determinación de los británicos de mantener la supremacía naval oceánica sobre cualquier otra potencia europea. La Royal Navy, que alcanzó un pico de 196 000 toneladas en 1700, experimentó aumentos progresivos durante la década de 1750 cuando el total aumentó de 276 000 toneladas a 473 000 toneladas en 1790. Este aumento en el tamaño de la fuerza naval británica no fue superado por ningún otro europeo. poder, pero el intento de construir fuerzas que fueran al menos comparables estimuló el crecimiento naval a lo largo del siglo XVIII. Ya sea que esto refleje la ambición de las flotas borbónicas combinadas francesa y española de desafiar a los británicos en el Atlántico, o se refiera al ejercicio del poder naval por parte de Rusia y las potencias escandinavas en el Báltico, el efecto neto fue un crecimiento constante en el tamaño de las fuerzas navales. ,

Sin embargo, las potencias europeas de finales del siglo XVII y principios del XVIII demostraron ser capaces de sostener estos incrementos; los estados no colapsaron bajo la carga de mantener las fuerzas armadas. No es fácil explicar esto en términos de aumento de la prosperidad, crecimiento demográfico o económico. Porque en Europa centro-occidental los mayores aumentos militares coincidieron con un largo período de estancamiento económico desde 1650 hasta 1720/30. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, Gran Bretaña y las Provincias Unidas fueron excepcionales en el logro de un crecimiento económico de base amplia. Francia y los estados alemán o italiano vieron cómo se extraían cada vez más tropas e ingresos de pueblos que apenas podían satisfacer estas demandas. En contraste, ciertamente fue el caso que desde la década de 1730 los gobernantes europeos comenzaron a beneficiarse del crecimiento económico y demográfico. El progreso económico fomentó la mejora tecnológica y la producción más barata de bienes militares, como cañones de hierro fundido confiables para las armadas y los ejércitos terrestres. Una transformación de la agricultura a mediados de siglo permitió un uso más eficiente de la tierra, lo que tuvo efectos en las operaciones militares a través de un crecimiento constante de las poblaciones que proporcionaban personal al ejército y la marina. Pero la mayor expansión militar se había producido antes de que entraran en juego estas ventajas, en estados cuyas economías permanecían deprimidas y limitadas.

Debido a que el enorme crecimiento de la fuerza militar logrado por gobernantes como Luis XIV, Carlos XI de Suecia, Federico-Guillermo I de Prusia no podía atribuirse a la expansión del potencial económico y demográfico, una respuesta tradicional y ahora fácilmente ridiculizada fue envolver el proceso en un conjunto misterioso y frecuentemente circular de afirmaciones sobre el poder personal y la capacidad de los monarcas 'absolutistas'. Una interpretación un poco más plausible argumentaba que este crecimiento militar era el resultado de una creciente eficacia burocrática y gubernamental. Los impuestos mejor evaluados recaudados bajo la amenaza de la coerción militar permitieron mayores aumentos de impuestos, lo que a su vez hizo posible un mayor crecimiento de las fuerzas armadas. Se supone que las fuerzas armadas y la autoridad central crecen en un solo proceso de cohesión interna. Es indiscutible que el carácter de los ejércitos del Antiguo Régimen habría sido muy diferente sin el desarrollo de la competencia administrativa y el mayor poder coercitivo de los estados involucrados. Las reformas militares austriacas de la década de 1740 fueron el resultado de la experiencia militar trabajando dentro de una administración cada vez más eficaz, mientras que los comentarios de Federico II sobre las diferencias entre Prusia y Austria (no reformada) subrayan la importancia de la capacidad administrativa: "He visto pequeños estados capaces de mantener ellos mismos contra las más grandes monarquías, cuando estos estados poseían industria y gran orden en sus asuntos. Encuentro que los grandes imperios, fértiles en abusos, están llenos de confusión y sólo se sostienen por sus vastos recursos y el peso intrínseco del cuerpo.'

Sin embargo, las mejoras en la administración, una mejor rendición de cuentas y una recaudación y un uso más eficientes de los ingresos fiscales no habrían permitido por sí solos a Luis XIV, a principios de la década de 1690, mantener un ejército de 340 000 hombres y una armada de al menos 30 000 marineros, más que en 1740. ¿Habría permitido que Federico Guillermo I de Prusia mantuviera un ejército permanente de 80.000 soldados? Los elementos sustanciales de los costos de la guerra todavía se cubrían mediante la extorsión de los impuestos de guerra de las tierras ocupadas y de los subsidios extranjeros, como los proporcionados por Gran Bretaña a Federico Guillermo I. Ambos ayudaron a mantener fuerzas más grandes de las que podrían haberse sostenido con recursos nativos, pero para el en su mayor parte eran factores que operaban sólo en tiempos de guerra. Y como los suecos descubrieron a su costa después de 1648,

miércoles, 15 de febrero de 2023

Francia Imperial: El ejército de Napoleón III (2/2)

El ejército de Napoleón III

Parte I  || Parte II
 



Oficial, Regimiento de Zuavos, Guardia Imperial, 1870 ( P.Lourcelle ). La Guardia Imperial de Napoleón III incluía, desde marzo de 1855, un regimiento de zuavos, criados por reclutamiento de los regimientos de 3 líneas de zuavos. El nuevo regimiento sirvió con distinción en el resto de la Guerra de Crimea, en la Guerra de Italia de 1859; y, en la guerra franco-prusiana, luchó valientemente en Rezonville/Mars-la-Tour (16 de agosto de 1870), pero luego fue rodeado en Metz con el resto de la Guardia.


Porta-águila del 2° Granadero de la Guardia Imperial Francesa – 1870.

Hubo un animado debate dentro del ejército sobre cómo se deberían adaptar las tácticas de infantería a los desafíos del campo de batalla moderno, en el que las tropas podían disparar desde una posición boca abajo o a cubierto e infligir más bajas a mayor distancia que nunca. Lejos de ignorar la importancia de las nuevas armas de fuego, muchos oficiales franceses se dieron cuenta de que las tácticas que les habían dado la victoria en Italia (enjambres de escaramuzadores que preceden a los ataques rápidos de columnas formadas) serían vulnerables a las armas de retrocarga. Muchos se equivocaron por el lado de la precaución, refugiándose en 'buenas posiciones' con campos de tiro despejados que les permitirían segar al enemigo atacante. En las nuevas condiciones de 1870, la estrategia y la táctica de la infantería francesa, famosa por la furia de sus cargas de bayoneta, parecerían vacilantes y defensivas. Los alemanes,

La potencia de fuego y el exceso de confianza de los franceses se vieron impulsados ​​aún más por un arma recientemente desarrollada inicialmente financiada personalmente por Napoleón III: la mitrailleuse. Tenía la apariencia de un cañón de bronce, pero su cañón incorporaba veinticinco tubos de acero que disparaban tantas balas desde un cargador precargado con solo girar una manija. Sus tripulaciones fueron entrenadas en tan gran secreto que en la movilización fueron asignadas sin saberlo a otras tareas. A pesar de la inexperiencia de las tripulaciones improvisadas y su recorrido limitado, la mitrailleuse tenía el potencial de infligir graves daños a la infantería enemiga, y las tropas francesas se alegraron con el sonido de los "molinillos de café", como los llamaban. Sin embargo, demostró ser extremadamente vulnerable a la artillería alemana.

Fue en la artillería donde los franceses fueron superados de manera más notoria por los alemanes, que tenían más y mejores armas, las usaron con mayor eficacia y les proporcionaron más municiones de las que normalmente estaban disponibles para las baterías francesas. El 1 de agosto de 1870, los franceses tenían presentes 780 cañones de campaña y 144 mitrailleuses con su optimistamente llamado Ejército del Rin, mientras que los alemanes contaban con 1.206 cañones de campaña con sus tres ejércitos. Los franceses habían conservado el cañón estriado de avancarga de bronce que se había desarrollado bajo los auspicios del emperador en la década de 1850 y les había dado la victoria en Italia. Pero los alemanes se habían pasado a los cañones de acero de retrocarga con un alcance mucho mayor. El artillero Le Bœuf pensó que la evidencia del desempeño de la artillería alemana en Sadowa no era concluyente, y las pruebas prolongadas en una retrocarga francesa aún no habían concluido. Cuando, con la sabiduría de la retrospectiva, sus críticos denunciaron su fracaso en actualizar la artillería francesa, protestó que el costo de rearmar a la infantería con el Chassepot (113 millones de francos) y de producir la mitrailleuse hacía extremadamente improbable que la Legislatura hubiera otorgó créditos adicionales para modernizar la artillería. En verdad, sin embargo, no había previsto la necesidad.

De hecho, los alemanes habían hecho grandes avances desde Sadowa, que solo se manifestarían en el campo de batalla. Su cañón había sido equipado con el bloque superior de la recámara de Krupp, y los artilleros habían practicado mucho con el fuego rápido y dirigido lanzado por baterías que avanzaban para apoyar a su infantería. El efecto del fuego alemán concentrado y preciso fue maximizado por el efecto de los fusibles de percusión que detonaron al impactar, mientras que los franceses habían optado por un sistema de fusibles de tiempo que estaba destinado a simplificar la tarea de los artilleros pero en la práctica sacrificó flexibilidad y efectividad. La práctica de la artillería francesa también había perdido de vista la necesidad de lograr una abrumadora concentración de armas al principio de la batalla: un arte que los alemanes dominaban. Si las tácticas de la infantería alemana en las primeras batallas fueron a menudo ineptas y costosas,

La planificación y organización alemanas también estaban mucho mejor orientadas a lograr una movilización rápida y eficiente que las francesas, lo que les dio una ventaja decisiva. El agregado militar francés en Berlín advirtió en 1868 que «el Estado Mayor prusiano es el mejor de Europa; el nuestro no se puede comparar con él'. La organización militar francesa en tiempo de paz fue diseñada para satisfacer las necesidades de seguridad interna en lugar de las demandas de movilización para la guerra. Las tropas francesas deliberadamente no tenían su base en sus distritos de origen y rotaban periódicamente a guarniciones en todo el país para que no se identificaran demasiado con ninguna comunidad local. El depósito de su regimiento, a través del cual tenían que pasar los suministros y los nuevos reclutas, podría estar en el otro extremo del país, y esos depósitos, a su vez, dependían para sus suministros de un sistema de almacenamiento altamente centralizado.

En Alemania, por otro lado, las tropas sirvieron en la región donde se habían criado bajo el mando del general y el estado mayor que las mandarían en la guerra, y tenían un ejercicio bien ensayado para la movilización por ferrocarril. La movilización alemana observó el principio de menos prisa, más velocidad. Los regimientos se reportaron a sus depósitos locales donde se reunieron los reservistas y todos estaban equipados. Luego, el regimiento completamente ensamblado se embarcó en trenes que se trasladaron a intervalos cuidadosamente regulados al área de concentración de su unidad, con refrigerios proporcionados en puntos fijos en el camino.

Los franceses, por el contrario, intentaron adelantarse a sus enemigos enviando regimientos al frente, dejando sus depósitos para enviar lotes de reservistas y equipos cuando estuvieran listos. Las tropas francesas no habían practicado el embarque ferroviario, que con demasiada frecuencia se retrasaba porque los oficiales no supervisaban adecuadamente a sus hombres, dejándolos acosados ​​por multitudes patrióticas "más entusiastas que bien asesoradas", lo que se sumaba a los problemas generalizados de indisciplina. Ninguna autoridad central en el Ministerio de Guerra era responsable de planificar y coordinar el transporte ferroviario, como lo hizo en Alemania el estado mayor de Moltke. Le Bœuf no había implementado el informe de la comisión ferroviaria nombrada por Niel antes de su muerte en 1869. En julio de 1870 llegaron órdenes de varios departamentos diferentes del Ministerio de Guerra.

Los ferrocarriles transportaban no solo regimientos formados al frente, sino también reservistas de toda Francia que tenían que presentarse en la ciudad principal de su departamento, luego formarse en destacamentos para ser enviados a los depósitos del regimiento y desde allí, siempre y cuando el derecho llegaron órdenes de París: unirse a sus unidades en el frente. Esto condujo a algunos viajes épicos cuando los reservistas recorrieron el país. Algunos que vivían en el norte de Francia y asignados al segundo zuavo tuvieron que viajar por ferrocarril a Marsella y luego embarcarse por mar para presentarse en el depósito del regimiento en Orán en Argelia, regresando desde allí a Marsella para unirse a su regimiento en Alsacia en la frontera oriental, una ronda. viaje de 2.000 kilómetros. El intento francés de combinar la movilización y la concentración (que en Alemania fueron etapas distintas), la insuficiencia de la planificación del transporte y la confusión de las órdenes llevaron a que los reservistas llegaran al frente desde sus depósitos a cuentagotas. El retiro de las reservas el 14 de julio debería haber producido 173.507 hombres, pero el 6 de agosto, cuando se libraron las primeras batallas importantes, solo alrededor de la mitad de ellos habían llegado a sus regimientos en el frente. Muchos de estos reservistas estaban molestos por ser llamados al servicio militar y no estaban entrenados en el uso del Chassepot, por lo que tuvieron que ser instruidos apresuradamente en vísperas de la batalla o incluso durante ella.

A las dificultades de reunir el ejército regular se añadieron las de movilizar simultáneamente la Garde Mobile, para lo que hubo que improvisar equipos y oficiales. Esta tarea fue una distracción más que un apoyo al mando del ejército en las primeras semanas de la guerra, y algunas unidades de la Garde Mobile, particularmente las de París, resultaron tan ingobernables y hostiles al régimen imperial que tuvieron que ser dispersadas.

Si los cuellos de botella en el suministro de hombres eran una desventaja grave, los de equipo y suministros resultaron paralizar el movimiento rápido. La base principal del ejército en Lorena era la ciudad fortaleza de Metz, donde la estación se llenó de trenes. Por falta de mano de obra suficiente, caballos, carros y un programa de descarga efectivo, miles de toneladas de material quedaron varadas en vagones de carga sin marcar en los patios de clasificación, perdidos para las unidades a las que estaban destinados. El Ministerio de la Guerra fue bombardeado con telegramas de generales desesperados que suplicaban la entrega a sus unidades de artículos que se necesitaban con urgencia, desde tiendas de campaña hasta ollas, tocino, galletas o mapas. El tiempo necesario para desenredar estos problemas fue un gran impedimento para que el ejército tomara la ofensiva.

Napoleón III había previsto un avance a través del Rin, a través del sur de Alemania y hacia Berlín, con la esperanza de que pronto se le unirían los austriacos, italianos y daneses. A los múltiples problemas causados ​​por una preparación inadecuada añadió más confusión al decidir en los días previos al estallido de las hostilidades reorganizar el orden de batalla. En lugar de dos ejércitos en la frontera oriental, comandados por el mariscal Bazaine en Metz y el mariscal MacMahon en Estrasburgo, con una fuerza de reserva al mando del mariscal Canrobert en Châlons, decidió comandar todo el ejército personalmente. Ya sea que deseara obtener personalmente el prestigio de una victoria, influir en los aliados potenciales o temiera ser eclipsado por sus mariscales, su intervención requirió un frenético rediseño de planes de última hora en el Ministerio de Guerra.

El 28 de julio, Napoleón partió de su palacio de Saint-Cloud hacia el frente en un tren especial, acompañado por el Príncipe Imperial de 14 años. Pálido y enfermo, el emperador apenas podía montar a caballo sin un dolor insoportable. Al llegar a Metz, quedó consternado por lo poco preparado que estaba el ejército y pronto se le informó que la situación del suministro significaba que una campaña en Alemania no era factible de inmediato. En el ejército francés había una expectativa de que la inspiración napoleónica proporcionaría una estrategia dinámica, pero de este gobernante inválido y prematuramente viejo, a veces vacilante, entrometido y fatalista, no salió ninguna chispa de liderazgo o incluso un plan de campaña coherente. A pesar de su uso habitual del uniforme de general, su gran interés en los asuntos militares y su participación personal en asuntos de armamento y uniformes, no era un soldado profesional como el rey Guillermo de Prusia. Su historial como comandante en jefe, ya sea por poder en Crimea y México, o personalmente en Italia, difícilmente sugería que el genio militar de su tío fuera hereditario.

Los alemanes temían una repentina incursión francesa en Renania. Si no estaban preparando tal golpe, ¿por qué se habían apresurado a declarar la guerra? La recopilación y el análisis de la inteligencia alemana por parte del estado mayor estaban organizados de manera más profesional que en el lado francés, pero aún así no podían estar seguros de las intenciones de Napoleón. Las unidades de caballería alemanas ya estaban patrullando Francia en reconocimiento, cortando las líneas de telégrafo a medida que avanzaban, en particular en la audaz incursión del conde Zeppelin en Alsacia del 24 al 25 de julio. El reconocimiento de la caballería francesa, por otro lado, no fue emprendedor. Napoleón usó su infantería como una patrulla fronteriza extendida, distribuida para proteger las fronteras de Lorena y Alsacia, divididas por las enormes cordilleras boscosas de los Vosgos.

Las marchas fueron lentas, en parte por el mal trabajo del personal y en parte porque el soldado de infantería francés estaba cargado con 30 kilogramos de equipo, incluidas 90 rondas de municiones, su mochila, cantimplora, cacerola, olla, manta, poste de tienda y medio carpa refugio. Todo este equipo de campamento, que había que dejar bajo vigilancia durante la batalla, era necesario debido al sistema francés de hacer vivac todas las noches en una posición defendible. Esta concentración de unidades grandes en un campamento gigante tenía sentido en regiones escasamente habitadas con un clima cálido, particularmente Argelia. Sin embargo, tenía la desventaja de limitar la distancia que se podía recorrer en un día debido a la necesidad de levantar el campamento, formar la columna larga en orden de marcha por la mañana y detenerse lo suficientemente temprano por la noche para permitir que la unidad más retrasada llegara. campamento antes del anochecer. Los alemanes se diferenciaban por seguir los métodos del primer Napoleón, alojando a sus hombres en aldeas a lo largo de su ruta, donde podían resguardarse del frío y la humedad sin necesidad de montar o desmontar tiendas de campaña. Un general francés, Trochu, se mostró incrédulo al escuchar que grandes unidades alemanas cubrían regularmente distancias que excedían con creces las capacidades francesas.

Así, en los primeros días de agosto, el ejército francés, deficiente en número, mal administrado, sobredimensionado, pesado e incapaz de montar su propia gran ofensiva, avanzó a tientas hacia el contacto con el enemigo. A pesar de tantas desventajas comparativas, un crítico agudo de sus fallas anteriores a la guerra creía que 'todavía conservaba suficientes cualidades anteriores para conquistar; hasta el punto de que, a pesar del número y la habilidad de sus adversarios, habría resultado victorioso si hubiera estado debidamente comandado”.

viernes, 10 de febrero de 2023

Francia Imperial: El ejército de Napoleón III (1/2)

El ejército de Napoleón III

Parte I || Parte II
Weapons and Warfare




Personal francés en el asedio de Estrasburgo de 1870.


 

Carga de los coraceros franceses, guerra franco-prusiana.

La confianza en una victoria francesa temprana era alta. En el punto álgido de la crisis, La Liberté, portavoz de Émile de Girardin, pionero de la prensa barata en Francia, se jactó de que "si Prusia se niega a luchar, la patearemos al otro lado del Rin con las culatas de nuestros rifles en la espalda y la obligaremos a ceda la orilla izquierda.

Un periódico más moderado se quejó de que “se habla de cruzar el Rin como si fuera tan fácil como cruzar los puentes del Sena”. Sin embargo, el alto mando inicialmente compartió el estado de ánimo general. En varias ocasiones durante los días críticos del 14 y 15 de julio, el mariscal Edmond Le Boeuf, quien como Ministro de Guerra era la máxima autoridad en el ejército francés por debajo del emperador, aseguró al Consejo Imperial y a la Cámara que el ejército estaba absolutamente listo. Su confianza, su insistencia en que Francia debe aprovechar su oportunidad atacando primero y su insistencia en la movilización sustentaron la decisión francesa de ir a la guerra. Adolphe Thiers, uno de los pocos diputados con el coraje de argumentar en contra de declarar la guerra, testificó que:

En esa época fatal, una frase impregnaba todas las conversaciones y estaba en todos los labios: '¡Estamos listos! ¡Estamos listos!' … Hay momentos en nuestro país en que todos dicen una cosa, la repiten, terminan creyéndola y, con todos los tontos uniéndose, la presión de la multitud supera toda resistencia… [Esta frase] se escuchó por primera vez del mariscal Niel, y todos los días del mariscal Le Boeuf, y no era más cierto bajo uno que bajo el otro.


El ejército del Segundo Imperio ciertamente fue un espectáculo imponente, como pudieron atestiguar las multitudes que lo vieron desfilar en sus revisiones anuales en Châlons Camp cada verano. Una marcha de más de 30.000 hombres frente al emperador, el zar de Rusia y el rey Guillermo de Prusia en París en el momento de la Exposición Universal en el verano de 1867 hizo recordar que

En ese momento el ejército francés tenía una apariencia bastante 'llamativa'. Las ceñidas chaquetas de ranas de los granaderos y de la infantería ligera de la Guardia, los shakos con mechones de pelo de caballo y las túnicas cortas de la infantería de línea con sus polainas amarillas daban la impresión de trajes teatrales más que de trajes de batalla. Sin embargo, en la masa se perdían estos refinamientos, y sólo se veían los mil colores de una infinita variedad de uniformes que hacían creer que estaban presentes muchos más hombres de los que en realidad había.

En 1870, las armas de combate del ejército francés estaban formadas por cien regimientos de infantería de línea, ataviados según las normas de 1867 con casacas azules, pantalones rojos, polainas blancas y quepis de capota roja, junto con veinte batallones de infantería ligera (chasseurs-à- pied) vestidos de azul oscuro, cincuenta regimientos de caballería (10 de coraceros con sus corazas y cascos de acero, 12 de dragones, 8 de lanceros y húsares y 12 de caballería ligera (chasseurs-à-cheval)), veinte regimientos de artillería y tres de ingenieros. La Guardia Imperial, revivida por Napoleón III en 1854, era una fuerza de élite que atraía a los mejores soldados de los regimientos de línea y disfrutaba de salarios más altos. Formó en efecto un cuerpo de ejército autónomo con regimientos de todas las armas: ocho de infantería más un batallón de infantería ligera, seis de caballería y dos de artillería. Todavía más exóticamente vestidos estaban las tropas del Ejército de África con base en Argelia. Su infantería comprendía tres regimientos de zuavos con sus chaquetas cortas, pantalones anchos y fezzes con borlas; tres regimientos de francotiradores argelinos (tirailleurs) conocidos como turcos: tropas nativas con oficiales blancos; la Legión Extranjera y los Zéphyrs, estos últimos tipos de delincuentes castigados por delitos contra la disciplina militar. La caballería del Ejército de África estaba compuesta por cuatro regimientos de la famosa (o infame para los mexicanos) Caballería Ligera Africana (chasseurs d'Afrique) con sus chaquetas azul cielo y gorras altas; y tres regimientos de Spahis: caballería nativa que vestía capas árabes con capucha.

El ejército estaba ansioso por la guerra, que al fin y al cabo era su razón de ser. Los oficiales esperaban una campaña que brindaría oportunidades para condecoraciones a través de hazañas de valor, y en la que las bajas abrirían el camino a promociones que en tiempos de paz dependían en gran medida de tener las conexiones adecuadas. Las victorias de las dos últimas décadas reforzaron la confianza en que eran el mejor ejército del mundo y que «no tenían nada que envidiar a un ejército extranjero, nada que tomar prestado de él ni nada que aprender de él».

Sin embargo, cuando se enfrentó a un oponente más formidable que los rusos o los austriacos, el ejército francés demostró ser peligrosamente inferior en fuerza, organización, planificación de la guerra, entrenamiento y artillería. Las restricciones presupuestarias habían mantenido el número de tropas muy por debajo del establecimiento desde la guerra italiana. En 1870, 434.000 hombres estaban nominalmente sirviendo en el ejército, pero cuando se publicaron los resultados del plebiscito sobre la reforma constitucional en mayo, mostraron que solo 300.000 hombres estaban realmente en servicio. De estos, Francia mantuvo 64.000 en Argelia y 5.000 en Roma. La conciencia de la debilidad francesa fue un elemento en la decisión alemana de guerra.

Sin embargo, el tamaño de su ejército regular en tiempos de paz no fue la fuente fundamental de la debilidad francesa en comparación con el ejército permanente de 304.000 efectivos de la Confederación de Alemania del Norte, o 382.000 si se incluyen los estados del sur de Alemania. La diferencia crucial entre los oponentes era que, al estallar la guerra, Alemania podía recurrir a un enorme grupo de reservas completamente entrenadas, mientras que Francia no podía hacerlo. En 1862, Prusia había adoptado un sistema de obligación militar universal mediante el cual los hombres de 20 años eran reclutados en el ejército por un período de servicio relativamente corto de tres años, pero luego permanecían en la reserva durante otros cuatro años y estaban sujetos a otros cinco años de servicio. en el Landwehr, una fuerza territorial cuya función era relevar al ejército regular mediante la dotación de fortalezas, la vigilancia de las comunicaciones y el mantenimiento del orden interno. Después de 1866, el sistema prusiano se extendió a la Confederación de Alemania del Norte y, en forma modificada, a sus aliados del sur de Alemania. Siguiendo un plan de movilización cuidadosamente preparado, en la primera semana de agosto de 1870, los alemanes habían concentrado tres ejércitos en su frontera occidental con una fuerza combinada de 384.000 hombres, excluyendo las tropas no combatientes. Frente a ellos, el 1 de agosto, los franceses habían reunido solo 262.000 hombres, incluidos oficiales y no combatientes, a pesar de la promesa de Le Boeuf al emperador el 6 de julio de que podría poner 350.000 hombres en la frontera dentro de las quince días siguientes a la orden de movilización. en la primera semana de agosto de 1870, los alemanes habían reunido tres ejércitos en su frontera occidental con una fuerza combinada de 384.000 hombres, excluyendo las tropas no combatientes. Frente a ellos, el 1 de agosto, los franceses habían reunido solo 262.000 hombres, incluidos oficiales y no combatientes, a pesar de la promesa de Le Boeuf al emperador el 6 de julio de que podría poner 350.000 hombres en la frontera dentro de las quince días siguientes a la orden de movilización.

Esta disparidad se debió no solo a defectos en los planes franceses de movilización y transporte, sino a su rechazo a los sacrificios requeridos por el servicio militar universal. Napoleón III tenía la intención de las reformas del ejército que inició en 1866 después de Sadowa para dar a Francia un ejército tan grande como Prusia, pero la oposición parlamentaria anuló el plan. La izquierda temía que si al emperador se le otorgaba un ejército más grande, la guerra se volvería más probable, como había sido el caso bajo su tío. Desconfiaban del ejército como el instrumento dócil del golpe de estado de 1851, temían que se usara cada vez más para la supresión de la libertad en casa y señalaron de manera acusadora el historial de aventuras militares de Napoleón en México, Italia y China. Preferían una milicia ciudadana que pudiera usarse únicamente con fines defensivos. 'Estos caballeros', escribió Mérimée, cercano a la familia imperial, "de buena gana dejaría a Francia indefensa frente a los extranjeros para que el poder cayera en manos de los alborotadores de los suburbios de París". La cuestión entre la izquierda y el gobierno, y el dilema permanente de Francia, se resumió durante el debate sobre la nueva ley del ejército, patrocinado por el entonces ministro de Guerra, el mariscal Niel, en enero de 1868. El destacado republicano Jules Favre le gritó al ministro: ¿Quieres convertir Francia en un cuartel? Niel se volvió y respondió en voz baja que enviaría un eco escalofriante a las siguientes décadas de la historia de Francia: 'Y tú, ten cuidado de no convertirlo en un cementerio'. El problema entre la izquierda y el gobierno, y el dilema permanente de Francia, se resumió durante el debate sobre la nueva ley del ejército, patrocinado por el entonces ministro de Guerra, el mariscal Niel, en enero de 1868. El líder republicano Jules Favre le gritó al ministro , '¿Quieres convertir Francia en un cuartel?' Niel se volvió y respondió en voz baja que enviaría un eco escalofriante a las siguientes décadas de la historia de Francia: 'Y tú, ten cuidado de no convertirlo en un cementerio'.

Pero la oposición a la nueva ley no se limitó a la izquierda pacifista y antimilitarista. Muchos oficiales conservadores del ejército despreciaban la idea de un ejército enormemente inflado compuesto por reclutas de servicio corto, que en su opinión carecería del espíritu militar adecuado de una fuerza regular experimentada y no sería confiable para mantener el orden en casa. Thiers, quien como historiador del Primer Imperio se consideraba un experto en asuntos militares, ridiculizó la idea de que Prusia pudiera poner más de un millón de hombres en el campo. Los diputados leales al gobierno se vieron influidos por la intensa impopularidad del servicio militar obligatorio en el país y su probable impacto en sus posibilidades de reelección.

Bajo el sistema existente, los franceses tenían muchas posibilidades de evitar el servicio militar cuando llegaban a la edad de 20 años. El reclutamiento del contingente anual, generalmente fijado en 100.000 pero a menudo mucho más bajo en la práctica por razones presupuestarias, se decidió por sorteo. Los hombres que sacaban un 'buen número' no tenían que sacar. Incluso aquellos que sacaron un 'número incorrecto' podrían comprarse a sí mismos fuera del servicio e incluso contratar un seguro para tal fin. Una ley de 1855 había permitido conmutar el servicio militar por el pago de una tarifa fija al gobierno. El dinero recaudado se utilizó para pagar las recompensas de reincorporación a los soldados en servicio cuyos mandatos estaban a punto de expirar.

Los efectos de este sistema fueron que los ricos podían comprarse a sí mismos oa sus hijos fuera del ejército, dejando que sus filas fueran ocupadas por las clases más pobres. Aproximadamente una cuarta parte de los reclutas de infantería eran analfabetos. El número de hombres inducidos a volver a alistarse nunca igualó al número de los que se habían comprado. El reenganche de los suboficiales bajo el sistema de recompensas alentó el servicio prolongado, pero al precio de aumentar la edad promedio de los sargentos y cabos que, con demasiada frecuencia, habían superado su mejor momento y habían adquirido los malos hábitos de los viejos soldados. Al carecer del potencial de ascenso al cuerpo de oficiales, bloquearon las perspectivas de ascenso de hombres más jóvenes y más capaces.

El ejército francés era, en algunos aspectos, el más abierto al mérito en Europa, ya que, por ley, un tercio de las vacantes de oficiales subalternos debían cubrirse mediante la promoción de suboficiales de la misma unidad en lugar de directamente de las escuelas de formación de oficiales. El hecho de que, en la práctica, casi dos tercios de los oficiales hubieran sido promovidos de las filas, demuestra que el ejército no logró atraer suficientes candidatos adecuados a las escuelas de oficiales. En comparación con Alemania, donde todos los oficiales tenían que pasar por una academia militar, los estándares de educación entre los oficiales franceses fuera de las armas técnicas seguían siendo generalmente bajos: "para subirse a uno tenía que tener sobre todo un buen físico, buena conducta y un porte correcto". . Se valoraba más la obediencia servil a las normas que el estudio teórico, que estaba bastante mal visto. Mala paga, La promoción lenta y las restricciones al matrimonio hicieron que la vida en barracones superpoblados fuera una perspectiva poco atractiva para los jóvenes ambiciosos, particularmente en un momento en que la prosperidad comercial ofrecía oportunidades más lucrativas en otros lugares. El servicio militar fue ampliamente visto como un golpe de mala suerte, que debía evitarse en la medida de lo posible. Nada alarmó más a los diputados que debatían la nueva ley de servicio militar obligatorio que la perspectiva de que 'no habrá más buenos números'.

Por lo tanto, la nueva ley del ejército solo se aprobó en febrero de 1868 después de largos y divisivos debates, y no alcanzó su objetivo. El período de servicio se amplió de siete años a nueve, aunque los últimos cuatro quedarían en adelante en la reserva. Aunque se puso fin al sistema de conmutación en efectivo introducido en 1855, se permitió a los reclutas contratar sustitutos y la Legislatura insistió en conservar su derecho a fijar el tamaño del contingente anual. La idea de Niel de formar una vasta reserva entrenada de todos los hombres que hasta ese momento habían escapado del servicio militar, ya sea sacando un 'buen número' o por exención o baja anticipada, se volvió prácticamente inútil por las restricciones impuestas por la Legislatura a su entrenamiento. Esta nueva fuerza, la Garde Mobile, se limitó a un entrenamiento anual de quince días sin períodos de más de 24 horas fuera de casa. Tampoco podía movilizarse en tiempos de guerra sin la aprobación de una ley especial. Después de que los intentos de reunirlo provocaran desórdenes locales, el sucesor de Niel, Le Boeuf, perdió interés en la institución y prefirió gastar los fondos limitados disponibles en el ejército regular. Cuando la guerra estalló repentinamente en 1870, los efectos de la ley de Niel aún no habían dado sus frutos, y Francia pagaría un alto precio por negarse a proporcionarse antes una reserva suficientemente grande y bien entrenada.

Francia prefirió creer que la calidad primaría sobre la cantidad, y sus líderes depositaron una gran fe en sus nuevas armas. A raíz de la victoria de Prusia sobre Austria, Napoleón había ordenado la introducción del Chassepot modelo 1866 como arma estándar de infantería. Este rifle de retrocarga era preciso y robusto, con un alcance de 1.200 metros, más del doble que la 'pistola de agujas' prusiana Dreyse que había estado en servicio durante tres décadas. La acción de cerrojo del Chassepot permitió al soldado entrenado disparar hasta siete tiros por minuto. Las ventajas de luchar contra los alemanes antes de que pudieran introducir un nuevo rifle de calidad comparable no pasaron desapercibidas para Le Bœuf. Los bávaros ya estaban introduciendo el rifle Werder modelo 1869, que era superior al Dreyse.